¿EN QUÉ CONSISTE LA FE DE JESÚS?

Por  Ingº Mario A Olcese (Apologista) 

LA FE DE JESÚS

Es interesante lo que Pablo les dice a los Gálatas con estas puntuales palabras: “Sabiendo que el hombre no es justificado por las obras de la ley, sino por la fe de Jesucristo, nosotros también hemos creído en Jesucristo, para ser justificados por la fe de Cristo y no por las obras de la ley, por cuanto por las obras de la ley nadie será justificado” (2:16). El Apóstol Pablo es muy claro cuando dice que los creyentes son justificados por ‘la fe de Jesucristo’. Sin embargo, la gran mayoría de cristianos dicen haber alcanzado la justificación por el solo hecho de haber creído en Jesucristo pero sin entender nada en absoluto lo que significa ‘la fe de Jesucristo’ o la fe que tuvo Jesucristo. Sí, Jesús fue un hombre de fe, y él tuvo una fe que debiera ser también la nuestra.

Aquellos hombres que creen que pueden agradar a Dios guardando todas sus leyes, pero sin tener la misma fe de Cristo, están perdidos. Muchos ciertamente tienen la fe en Cristo pero no la fe de Cristo, y esto lo quiero nuevamente subrayar para que no lo olvidemos. Usted debe conocer la fe de Jesucristo para obtener la justificación de Dios. Desafortunadamente la mayoría de los cristianos profesantes no tienen la fe de Cristo sino sólo la fe en Cristo. Usted puede preguntarle a cualquier “cristiano” sobre cuál fue la fe de Cristo que nos puede salvar y se sorprenderá de encontrar que casi todos le responderán de manera distinta.

Pero antes de continuar, veamos antes dos pasajes más que nos hablan de ‘la fe de Jesús’. Seguramente usted los ha leído mil veces, pero no se ha detenido a reflexionar lo que quiere decir esa locución precisamente.

Romanos 3:26, dice: “y al que justifica al que es de ‘la fe de Jesús’ ”

Apocalipsis 14:12: “Aquí está la paciencia de los santos, los que guardan los mandamientos de Dios y la fe de Jesús”.

Estos dos textos, junto con el de Gálatas 2:16, son más que suficientes para demostrarnos que hay una fe de Jesús, o una fe que tuvo Jesús, y que es vital conocerla y creerla para ser verdaderamente justificados y finalmente salvos.

La Fe de Abraham

A los Romanos Pablo les dice: “Porque no por la ley fue dada a Abraham o a su descendencia (Cristo) la promesa de que sería heredero del mundo, sino por la justicia de la fe. Porque si los que son de la ley son los herederos, vana resulta la fe, y anulada la promesa. Pues la ley produce ira; pero donde no hay ley, tampoco hay transgresión. Por tanto, es por fe, para que sea por gracia, a fin de que la promesa sea firme para toda su descendencia; no solamente para la que es de la ley, sino también para la que es de ‘la fe de Abraham’, el cual es padre de todos nosotros… Pues bien, resulta ahora que no sólo debemos tener la fe de Jesús, sino también la fe de Abraham. ¿Es que debemos tener dos clases de fe: una Abrahámica y otra Cristiana?

¿Más de una Fe en la Biblia?

Hemos visto que Pablo habla a los Gálatas de ‘la Fe de Cristo’, y a los creyentes de Roma les habla de ‘la fe de Abraham’. ¿Será que ambas frases son equivalentes o que encierran lo mismo? ¡Pues seguro que sí! ¿Dónde está la prueba? La prueba se encuentra en Efesios 4:4-5, donde Pablo dice lo siguiente: “Un cuerpo, y un Espíritu, como fuisteis también llamados en una misma esperanza de vuestra vocación; un Señor, UNA FE, un bautismo, un Dios y Padre de todos, el cual es sobre todos, y por todos, y en todos”. Así que si hay sólo UNA esperanza y UNA sola FE, es lógico concluir que la fe que tenía Jesús es la misma fe que tenía Abraham. Por lo tanto, nosotros, los gentiles creyentes, debemos tener la misma fe que tuvo nuestro Señor Jesucristo, y que fue la misma fe que tuvo su padre ancestral Abraham, el padre de todos los creyentes. Pero, ¿sabe usted cuál fue la fe de Abraham?

¿Cuál era la fe de Abraham?

En Hebreos 11:8-10 Pablo comenta sobre ‘la fe de Abraham’ con estas palabras: “Por la fe Abraham, siendo llamado, obedeció para salir al lugar que había de recibir como herencia (Ver Génesis 12:1-3); y salió sin saber a dónde iba. Por la fe habitó como extranjero en la tierra prometida como en tierra ajena, morando en tiendas con Isaac y Jacob, coherederos de la misma promesa; porque esperaba la ciudad que tiene fundamentos, cuyo arquitecto y constructor es Dios”. 

Entonces Abraham, por su fe, obedeció a Dios para salir hacia la tierra prometida, esperando la venida de la ciudad celestial. Él tuvo fe de que heredaría una tierra y una ciudad en un futuro, y salió para morar como extranjero y peregrino en ella.

En Génesis 12:3 Dios le dice a Abraham: “Bendeciré a los que te bendijeren, y a los que te maldijeren maldeciré; y serán benditas en ti todas las familias de la tierra (este es el evangelio según Gálatas 3:8)”. Entonces Abraham creyó que a través de él serían benditas todas las familias de la tierra—¡El creyó en las Buenas Nuevas de Dios!

En Génesis 13:15 Dios le vuelve a decir a Abraham: “Porque toda la tierra que ves, la daré a ti y a tu descendencia para siempre”. En este pasaje Abraham recibe la promesa de que su descendencia igualmente recibiría la tierra para siempre”.

En Génesis 15:18 Dios se le aparece nuevamente a Abraham para decirle: “En aquel día hizo Jehová un pacto con Abram, diciendo: A tu descendencia daré esta tierra, desde el río de Egipto hasta el río grande, el río Eufrates”. 

Resumiendo, la fe de Abraham constaba, a). La herencia de una tierra prometida en un área geográfica bien definida, desde el río de Egipto hasta el río grande, el río Eufrates. b). Y sería igualmente una herencia para siempre para su simiente o descendencia. c). Y todas las familias de la tierra serían benditas a través de él. Así que todos estos 3 puntos integran el evangelio de Dios, que es la Buena Nueva confirmada por Cristo.

En Romanos 4:18 Pablo dice: “El (Abraham) creyó en esperanza contra esperanza, para llegar a ser padre de muchas gentes, conforme a lo que se le había dicho: Así será tu descendencia”. Así que Abraham tuvo fe en la Buena Nueva (de que a través de él y de su descendencia —Cristo— sería el heredero del mundo).

Y en cierto modo Jesús, como Abraham, es enviado por Dios al mundo y a la tierra de promisión (eretz-Israel) para residir como extranjero y peregrino,  para proclamar y confirmar esas mismas promesas hechas a Abraham y para toda su descendencia. En Lucas 4:43, Jesús dice: “Pero él les dijo: Es necesario que también a otras ciudades anuncie el evangelio del reino de Dios; porque para esto he sido enviado”. Y Pablo dice en Romanos 15:8: “Pues os digo, que Cristo Jesús vino a ser siervo de la circuncisión para mostrar la verdad de Dios, para confirmar las promesas hechas a los padres”.

Vemos, pues, que Jesús vino a anunciar y a confirmar las promesas hechas a los padres. Esa fue su misión en sus tres y medio años de ministerio terrenal. Y claro, si él predicó y confirmó las promesas prístinas hechas a los padres, es que todo eso era también su fe.

La Fe de Abraham, como la Fe de Jesús, estaba relacionada con una promesa, y esa era que Abraham y Cristo serán los herederos del mundo. Recuerde que a Abraham se le predicó el evangelio de antemano, y que consistía en que a través de una descendencia suya vendría la bendición para el mundo. Dice Pablo: “Y la Escritura, previendo que Dios había de justificar por la fe a los gentiles, dio de antemano la buena nueva (El evangelio) a Abraham, diciendo: En ti serán benditas todas las naciones” (Gál. 3:8).

 La fe de Abraham, como la fe de Jesús, estaba enfocada en una misma promesa o esperanza que enseguida descubriremos. Leemos en Romanos 4:13-16, lo siguiente: “Porque no por la ley fue dada a Abraham o a su descendencia (Cristo) la promesa de que sería heredero del mundo, sino por la justicia de la fe. Porque si los que son de la ley son los herederos, vana resulta la fe, y anulada la promesa. Pues la ley produce ira; pero donde no hay ley, tampoco hay transgresión. Por tanto, es por fe, para que sea por gracia, a fin de que la promesa sea firme para toda su descendencia; no solamente para la que es de la ley, sino también para la que es de la fe de Abraham, el cual es padre de todos nosotros… El creyó en esperanza contra esperanza, para llegar a ser padre de muchas gentes, conforme a lo que se le había dicho: Así será tu descendencia. Y no se debilitó su fe al considerar su cuerpo, que estaba ya como muerto (siendo de casi cien años), o la esterilidad de la matriz de Sara. Tampoco dudó, por incredulidad, de la promesa de Dios, sino que se fortaleció en fe, dando gloria a Dios, plenamente convencido de que era también poderoso para hacer todo lo que había prometido; por lo cual también su fe le fue contada por justicia. Y no solamente a él se escribió que le fue contada, sino también con respecto a nosotros a quienes ha de ser contada, esto es, a los que creemos en el que levantó de los muertos a Jesús, Señor nuestro, el cual fue entregado por nuestras transgresiones, y resucitado para nuestra justificación” Esta es la fe de Abraham. Y esa misma fe que tuvo Abraham la tuvo Jesús, al confirmar las mismas promesas o las Buenas Nuevas a sus paisanos Judíos proclamadas de antemano a los padres. Esto lo dice claramente Pablo en Romanos 15:8, cuando les dice a los creyentes de Roma: “Pues os digo, que Cristo Jesús vino a ser siervo de la circuncisión para mostrar la verdad de Dios, para confirmar las promesas hechas a los padres (de una tierra y un reino)”. Esta tarea de confirmar las promesas hechas a los padres del AT era la fe de Jesús, y la razón de su venida hace dos milenios (ver Lucas 4:43).  Ahora le pregunto: ¿Es ésa la misma fe que tiene usted? ¿Tiene usted la misma fe de Jesús y de Abraham de que El Hijo de Dios y los fieles serán los herederos del mundo venidero de justicia en el reino milenario? Usted seguramente está pensando que esa promesa es sólo para los Judíos, y no para la iglesia, a quien Jesús le ha prometido el “reino de los cielos”. Pero deténgase un instante para entender que Pablo dijo que “Abraham es el padre de todos nosotros”, y cuando él dijo eso, se lo dijo a la iglesia de Roma. Si Abraham es el padre de la fe, entonces nosotros somos sus hijos por la fe y herederos de la misma promesa o de la misma fe. Es decir, si tenemos la fe de Abraham, entonces también tenemos la fe de Jesús.

La fe de los héroes del Antiguo Testamento

En Hebreos 11:4-39 leemos: “Por la fe Abel ofreció a Dios más excelente sacrificio que Caín, por lo cual alcanzó testimonio de que era justo, dando Dios testimonio de sus ofrendas; y muerto, aún habla por ella. Por la fe Enoc fue traspuesto para no ver muerte, y no fue hallado, porque lo traspuso Dios; y antes que fuese traspuesto, tuvo testimonio de haber agradado a Dios. Pero sin fe es imposible agradar a Dios; porque es necesario que el que se acerca a Dios crea que le hay, y que es galardonador de los que le buscan. Por la fe Noé, cuando fue advertido por Dios acerca de cosas que aún no se veían, con temor preparó el arca en que su casa se salvase; y por esa fe condenó al mundo, y fue hecho heredero de la justicia que viene por la fe. Por la fe Abraham, siendo llamado, obedeció para salir al lugar que había de recibir como herencia; y salió sin saber a dónde iba. Por la fe habitó como extranjero en la tierra prometida como en tierra ajena, morando en tiendas con Isaac y Jacob, coherederos de la misma promesa; porque esperaba la ciudad que tiene fundamentos, cuyo arquitecto y constructor es Dios. Por la fe también la misma Sara, siendo estéril, recibió fuerza para concebir; y dio a luz aun fuera del tiempo de la edad, porque creyó que era fiel quien lo había prometido. Por lo cual también, de uno, y ése ya casi muerto, salieron como las estrellas del cielo en multitud, y como la arena innumerable que está a la orilla del mar. Conforme a la fe murieron todos éstos sin haber recibido lo prometido, sino mirándolo de lejos, y creyéndolo, y saludándolo, y confesando que eran extranjeros y peregrinos sobre la tierra. Porque los que esto dicen, claramente dan a entender que buscan una patria; pues si hubiesen estado pensando en aquella de donde salieron, ciertamente tenían tiempo de volver. Pero anhelaban una mejor, esto es, celestial; por lo cual Dios no se avergüenza de llamarse Dios de ellos; porque les ha preparado una ciudad (por venir, según Heb. 13:14). Por la fe Abraham, cuando fue probado, ofreció a Isaac; y el que había recibido las promesas ofrecía su unigénito, habiéndosele dicho: En Isaac te será llamada descendencia; pensando que Dios es poderoso para levantar aun de entre los muertos, de donde, en sentido figurado, también le volvió a recibir. Por la fe bendijo Isaac a Jacob y a Esaú respecto a cosas venideras. Por la fe Jacob, al morir, bendijo a cada uno de los hijos de José, y adoró apoyado sobre el extremo de su bordón. Por la fe José, al morir, mencionó la salida de los hijos de Israel, y dio mandamiento acerca de sus huesos. Por la fe Moisés, cuando nació, fue escondido por sus padres por tres meses, porque le vieron niño hermoso, y no temieron el decreto del rey. Por la fe Moisés, hecho ya grande, rehusó llamarse hijo de la hija de Faraón, escogiendo antes ser maltratado con el pueblo de Dios, que gozar de los deleites temporales del pecado,  teniendo por mayores riquezas el vituperio de Cristo que los tesoros de los egipcios; porque tenía puesta la mirada en el galardón.  Por la fe dejó a Egipto, no temiendo la ira del rey; porque se sostuvo como viendo al Invisible. Por la fe celebró la pascua y la aspersión de la sangre, para que el que destruía a los primogénitos no los tocase a ellos. Por la fe pasaron el Mar Rojo como por tierra seca; e intentando los egipcios hacer lo mismo, fueron ahogados. Por la fe cayeron los muros de Jericó después de rodearlos siete días. Por la fe Rahab la ramera no pereció juntamente con los desobedientes, habiendo recibido a los espías en paz. ¿Y qué más digo? Porque el tiempo me faltaría contando de Gedeón, de Barac, de Sansón, de Jefté, de David, así como de Samuel y de los profetas;  que por fe conquistaron reinos, hicieron justicia, alcanzaron promesas, taparon bocas de leones, apagaron fuegos impetuosos, evitaron filo de espada, sacaron fuerzas de debilidad, se hicieron fuertes en batallas, pusieron en fuga ejércitos extranjeros. Las mujeres recibieron sus muertos mediante resurrección; mas otros fueron atormentados, no aceptando el rescate, a fin de obtener mejor resurrección. Otros experimentaron vituperios y azotes, y a más de esto prisiones y cárceles. Fueron apedreados, aserrados, puestos a prueba, muertos a filo de espada; anduvieron de acá para allá cubiertos de pieles de ovejas y de cabras, pobres, angustiados, maltratados;  de los cuales el mundo no era digno; errando por los desiertos, por los montes, por las cuevas y por las cavernas de la tierra. Y todos éstos, aunque alcanzaron buen testimonio mediante la fe, no recibieron lo prometido”. 

Todos los héroes de la fe murieron sin haber recibido la promesa, la promesa de una nueva tierra y una ciudad celestial en ella. Así que todos los hombres de la fe esperaban lo mismo, la venida de la ciudad o Nueva Jerusalén a la tierra prometida. Esto era justamente lo que el evangelio encerraba, una nueva sociedad con un gobierno celestial en la tierra, con Dios mismo morando entre los hombres para siempre (Apo. 21:1-3).

La Iglesia es Simiente de Abraham

A los Gálatas Pablo les dice: “Ahora bien, a Abraham fueron hechas las promesas, y a su simiente. No dice: Y a las simientes, como si hablase de muchos, sino como de uno: Y a tu simiente, la cual es Cristo”. Y si vosotros sois (de la fe—Rom. 3:26) de Cristo, ciertamente linaje de Abraham sois, y herederos según la promesa (Gál. 3:16,29). De modo que los de la fe son bendecidos con el creyente Abraham”…¡y con Cristo!

Fe y obras

Jesús mostro su fe obrando en consecuencia. Por ejemplo, él inicia su ministerio hablando de la cercanía del Reino y llamando al arrepentimiento (Marcos 1:1,14,15). Y también prometida la herencia de la tierra prometida para los mansos (Eretz Israel) en Mateo 5:5, diciendo: “Bienaventurados los mansos, porque ellos recibirán la tierra por heredad”.

 Sus parábolas, llamadas “las parábolas del Reino”, nos hablan de su reino venidero y de las bendiciones que éste traerá cuando se establezca. A sus discípulos le ofrece un reino y después los manda a predicar y a anunciar el reino de Dios a todos los hombres (Lucas 8:1; Lucas 9:1,2; Mat. 24:14). A otro le dice que deje que los muertos entierren a sus muertos y que vaya y anuncie el reino de Dios (Lc. 9:60). A otros les dice que busquen primero el Reino de Dios y su justicia (Mat. 6:33) y después de resucitar, Jesús se la pasa hablándoles a sus discípulos el Reino de Dios por espacio de 40 días (Hechos 1:3,6). Es claro que el reino de Dios era el tema de toda la predicación de Cristo, y la razón de ser de su venida como mortal (Lucas 4:43). Todo esto nos hace comprender que el reino de Dios era la fe de Jesús. Recuerde que de la abundancia del corazón habla la boca.

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