LETTER FROM THOMAS JEFFERSON TO DR. BENJAMIN WATERHOUSE

Monticello, June 26, 1822

_To Dr. Benjamin Waterhouse_

_Monticello, June 26, 1822_ 

        DEAR SIR, — I have received and read with thankfulness and pleasure your denunciation of the abuses of tobacco and wine.  Yet, however sound in its principles, I expect it will be but a sermon to the wind.  You will find it as difficult to inculcate these sanative precepts on the sensualities of the present day, as to convince an Athanasian that there is but one God.  I wish success to both attempts, and am happy to learn from you that the latter, at least, is making progress, and the more rapidly in proportion as our Platonizing Christians make more stir and noise about it.  The doctrines of Jesus are simple, and tend all to the happiness of man.

        1. That there is one only God, and he all perfect.

        2. That there is a future state of rewards and punishments.

        3. That to love God with all thy heart and thy neighbor as thyself, is the sum of religion.  These are the great points on which he endeavored to reform the religion of the Jews.  But compare with these the demoralizing dogmas of Calvin.  

        1. That there are three Gods.  

        2. That good works, or the love of our neighbor, are nothing.  

        3. That faith is every thing, and the more incomprehensible the proposition, the more merit in its faith. 

        4. That reason in religion is of unlawful use.  

        5. That God, from the beginning, elected certain individuals to be saved, and certain others to be damned; and that no crimes of the former can damn them; no virtues of the latter save. 

        Now, which of these is the true and charitable Christian?  He who believes and acts on the simple doctrines of Jesus?  Or the impious dogmatists, as Athanasius and Calvin?  Verily I say these are the false shepherds foretold as to enter not by the door into the sheepfold, but to climb up some other way.  They are mere usurpers of the Christian name, teaching a counter-religion made up of the_deliria_ of crazy imaginations, as foreign from Christianity as is that of Mahomet.  Their blasphemies have driven thinking men into infidelity, who have too hastily rejected the supposed author himself, with the horrors so falsely imputed to him.  Had the doctrines of Jesus been preached always as pure as they came from his lips, the whole civilized world would now have been Christian.  I rejoice that in this blessed country of free inquiry and belief, which has surrendered its creed and conscience to neither kings nor priests, the genuine doctrine of one only God is reviving, and I trust that there is not a _young man_ now living in the United States who will not die an Unitarian. 

But much I fear, that when this great truth shall be re-established, its votaries will fall into the fatal error of fabricating formulas of creed and confessions of faith, the engines which so soon destroyed the religion of Jesus, and made of Christendom a mere Aceldama; that they will give up morals for mysteries, and Jesus for Plato.  How much wiser are the Quakers, who, agreeing in the fundamental doctrines of the gospel, schismatize about no mysteries, and, keeping within the pale of common sense, suffer no speculative differences of opinion, any more than of feature, to impair the love of their brethren.  Be this the wisdom of Unitarians, this the holy mantle which shall cover within its charitable circumference all who believe in one God, and who love their neighbor!  I conclude my sermon with sincere assurances of my friendly esteem and respect.

VOTOS VERSUS PACTOS

Por Ingº Alfonso Orellana

El convertir la ceremonia de matrimonio en un intercambio de votos es algo que ha causado gran miseria al mundo occidental y sus consecuencias negativas no se pueden calcular. Las tragedias en el seno de la familia entre esposos e hijos frecuentemente son el desenlace de votos quebrantados por una de las dos partes o por las dos.  Someto que muchas de estas tragedias se habrían mitigado o eliminado por completo si la pareja hubiese entrado en un pacto.

Estas dos palabras implican, en su raíz, dos cosas muy distintas. Un voto es un juramento unilateral hecho sin condiciones. Una vez que hay una condición ya deja de ser un voto y se convierte en un pacto. Cuando dos personas juran ante Dios y testigos fidelidad eterna a otra persona en las buenas y en las malas se está exponiendo a miseria. Si la otra persona no cumple en lo absoluto su parte, el otro queda obligado aun por el voto. Nunca he escuchado en ninguna ceremonia de bodas expresiones que comprometan a la otra aparte; por lo tanto el matrimonio, como se practica en el mundo cristiano, no es consistente con la manera en que Dios ha tratado con el hombre desde su creación. En mi opinión, los votos deben estar reservados, en el mejor de los casos, para nuestra relación con Dios, quien es el único que cuya fidelidad es eterna y nunca nos va a defraudar. Los humanos, como en el caso de un cónyuge, siempre existe la posibilidad.

Estando muchas veces en el asiento de consejero matrimonial puedo decir que la raíz de muchos problemas está centrada en la idea de que ‘el (o ella) prometió…’ El dar por sentado que el otro está obligado crea un sentimiento muy real de que se nos ‘debe algo’ a lo cual tenemos derecho sin condiciones. El resultado es el resentimiento y el remordimiento que crece hasta llevar al divorcio en el mejor de los casos. Otros, escogen sufrir toda una vida por varias razones; la religión, la presión social, los hijos, la necesidad económica, etc. El denominador común es que ninguna de estas razones contribuye a la felicidad en el matrimonio y toda la consejería y psiquiatría del mundo no puede ayudar. Tristemente, el ciclo se repite con la siguiente generación. Es muy desventajoso para una persona hacer votos que tendrán un impacto de toda una vida en el momento en que no tienen la suficiente experiencia y conocimiento para tomar la mejor decisión. El asunto del matrimonio se convierte en una lotería de la cual hay muy pocos ganadores.

UNA PERSPECTIVA BIBLICA

En el primer matrimonio en la Biblia no hubo intercambio de votos. Simplemente, Dios le ‘dio la mujer al hombre.’ Esta habría de ser su complemento, ayudante. El resto de la historia la conocemos.

Durante los siguientes siglos se habla de ‘tomar esposa’ y la connotación moderna pudiera implicar lo que realmente existía entonces, una sociedad dominada por hombres. El matrimonio era un asunto de familia y comúnmente envolvía una transacción comercial en la que los padres de uno o del otro presentaban pago por el hijo o hija que se casaba. Esta costumbre continua vigente en muchas partes del mundo junto con el arreglo en el cual la pareja no tiene nada que decidir al respecto. 

El hacer público el acto de tomar una esposa era suficiente para sellar aquella relación.

No había ceremonias eclesiásticas, hasta por menos el siglo noveno A.D. que envolvieran votos entre las partes. Eso es un invento del mundo cristiano. Esta ese entonces el decir que uno estaba ‘casado’ era suficiente aunque dentro de la sociedad Romana y particularmente entre la clase rica ya existían protocolos legales de matrimonio.  Lo importante es reconocer que los siervos de Dios se destacaron por ser los más civilizados de su tiempo en la manera en que trataban a sus esposas.

Cuando la pareja que desea agradar a Dios se encuentran frente a diferencias irreconciliables, la presión psicológica puede ser desbastadora. El deseo de ‘escapar’ de una relación toxica se puede complicar terriblemente y pudiera traer ruina emocional, espiritual, física y económica. Todo esto contribuye a que abogados se enriquezcan a medida que explotan al máximo los protocolos legales existentes y promueven la animosidad entre las parejas. Tristemente muchos de estos procesos “legales” terminan en una desgracia y en hijos huérfanos.

Cuando Jesús habló acerca del divorcio, no podía diluir la ley o estándar perfecto del Padre al condonar el divorcio por cualquier razón pero sí reconoció que debido a la ‘dureza de corazón’ por parte del pueblo, Moises concedió el divorcio entre los israelitas. Aunque sabemos que aun esta provisión se corrompió y se abuso de ella, ¿Qué nos hace pensar que nosotros hoy día no tenemos la misma ‘dureza de corazón’ que necesitó una provisión de divorcio en le Israel antiguo? Creo que hoy, en vista de la introducción de votos matrimoniales es aun más necesario un vehículo por el cual sacar de un ‘yugo desigual’ a cualquiera que llegue a estar al borde de la desesperación al llevar toda la carga que representa andar juntos.

Los votos los hacemos a Dios de manera voluntaria y unilateral. Cuando condicionamos nuestro voto, este llaga a ser un pacto. Dios es un Dios de pactos. En Sinaí Dios hizo un  pacto con la casa de Israel en el cual ambas partes se comprometían. En el caso de Israel consistía en obedecer la ley y la parte de Dios era bendecirles. En el nuevo pacto, Dios provee el “cordero que quita el pecado del mundo” a cambio de que recibamos al mediador del pacto, con todo lo que implica; arrepentimiento y bautismo.

Un ejemplo clásico de un pacto con Dios es la situación de Ana, la madre de Samuel. Ella hizo un pacto o contrato con Dios; si le daba hijo varón, lo dedicaría al servicio de Él. Ambos cumplieron su parte. Dios no ha cambiado, sigue siendo un Dios de pactos. Por eso creo que el matrimonio debe ser un pacto entre un hombre y una mujer de modo que haya un sentido mutuo de obligación ante Dios y ante ellos mismos. Dos personas que caminen juntos, jalando parejo el yugo en amor y altruismo.  Lo que sigue es un boceto, producto de mi imaginación poética, de lo que podrían ser palabras de pacto a ser pronunciadas públicamente entre personas que desean caminar juntos el resto de sus vidas. Cada quien pudiera modificarlas a su antojo.

Amado(a) compañero(a) mío(a):

Me presento hoy delante de ti, de Dios y de estos testigos para celebrar el encuentro de nuestras almas y para expresar de manera pública que te amo y estoy dispuesta(o)   a caminar contigo, hombro a  hombro  por el resto de mi vida y aun la eternidad, si así lo dispone Dios.

Estoy dispuesta(o) a serte fiel, amarte, respetar tu opiniones y gustos, aun cuando difieran de los míos y cuidarte por tanto tiempo como tú estés dispuesto(a)  hacer lo mismo. No quiero más de ti de lo que yo misma(o) esté dispuesta(o) a dar.

Me esforzare por ser la persona ideal para tu vida a la vez que tú haces lo mismo, de modo que nuestro amor siga creciendo de día en día. Regaremos nuestros campos de mutuas bendiciones mientras confiamos en el cuidado amoroso del Señor. Bienvenido(a) a mi vida.

La parte del “Cesar” es ineludible si queremos vivir en un mundo civilizado, pero pienso que si el énfasis se dirige en direcciona “Pacto” y no “Votos” las cosas pueden marchar de una mejor manera y las exigencias unilaterales podrían mitigarse al tener calor que hay una parte con la cual cada uno tiene que cumplir para que ese contrato siga vigente.

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¿SÓLO 144,000 MÁRTIRES REINARÁN CON CRISTO?

Hay algunos cristianos que sostienen que sólo 144,000 mártires reinarán con Cristo en su reino milenial. Es decir, aquellos que tuvieron la “buena fortuna” de morir por su fe, ganarán su trono como coherederos del reino de Cristo.

Pues bien, durante los casi veinte siglos de la Era Cristiana, ¿cuántos mártires hubo por la causa de Cristo?

La verdad es que hay autores cristianos y aun paganos de los tres primeros siglos, los cuales están acordes en atestiguar que el número de mártires fue inmenso. Si alguno que otro guarda silencio sobre este punto, este tal no puede prevalecer, en buena crítica, contra las más auténticas aseveraciones. Indi­caremos algunos de estos testimonios.

a. La tradición cristiana ha considerado siempre como muy grande el número de los mártires. La afirmación de los escritores eclesiásticos de los cua­tro primeros siglos, especialmente de Tertuliano, de S. Justino, de S. Ireneo, de Lactancio y de Eusebio, es uniforme: sus historias, sus homilías, sus apolo­gías, sus diversos tratados, como las Actas mismas de los mártires, suponen siempre que las persecucio­nes hicieron mártires sin cuento durante los 249 años que duraron.

-b. Bajo el reinado de Marco-Aure­lio, dice el historiador Eusebio (siglo IV), la animosidad y el furor de los pueblos hicieron un número casi infinito de mártires. De los diez libros de que se compone la Historia de Eusebio, no hay uno solo en que no hable de las persecuciones suscitadas por los diversos emperadores. En una obra atribuida á Lactancio (De inorte persecutorum), y que es cierta­mente de un contemporáneo de Diocleciano, se ha­bla de seis emperadores cuya muerte desastrosa pa­rece ser efecto de la venganza divina. «Toda la tierra fue cruelmente atormentada, dice este autor, y, si exceptuamos las Galias, el Oriente y el Occi­dente fueron desolados y devorados por tres monstruos.»

-c. Tácito, por su parte, afirma (Anales, XV, 44), que bajo el imperio de Nerón, pereció una mul­titud inmensa de cristianos (multitudo ingens). En su oración fúnebre de Juliano el Apóstata, el retórico Libanio afirma que, al advenimiento de este empera­dor, se preparaban los cristianos para ver de nuevo correr «ríos de sangre, flumina sanguinis». –

d. Bajo el imperio de Diocleciano y Maximiano fue tan ho­rrorosa la persecución, que estos emperadores llega­ron á gloriarse de haber exterminado el Cristanismo. Pues bien, al advenimiento de estos perseguidores el Cristianismo florecía en todo el imperio.

-e. Es cierto que desde el año 64 al 313 tuvo la Iglesia sus períodos de tregua: Dios no quiso, dice Orígenes, que fuese enteramente destruida la raza de los cristia­nos; sin embargo, desde Trajano á Septimio Severo la persecución fue continua, en el sentido que siem­pre se mantuvo en una u otra parte del imperio. Después de Septimio-Severo los edictos fueron mu­chas veces revocados, pero por mala voluntad de los gobernadores ó por otra causa, lo cierto es que la sangre cristiana no cesó de correr jamás (6).

Ateniéndose a los cálculos de L. Hertling, se podría calcular que, durante la segunda mitad del siglo I (Nerón, Domiciano), los mártires serian unos cinco mil; para todo el siglo II (Adriano, Trajano, Antonio, Marco Aurelio), unos diez mil; para todo el siglo III (Septi­mio Severo, Decio, Valeriano, Aureliano), unos veinticinco mil; y para finales del siglo III y comienzos del siglo IV (Diocleciano, Gale­rio, Maximino Daja), unos cincuenta mil; con lo cual se podría calcular el número de los mártires de las persecuciones del Imperio Romano en torno a 100,000«[127]. Es decir, sólo en los primeros tres siglos de la Era Cristiana hubo unos 100,000 mártires.

Para redondear la cifra de 144,000 mártires que reinarán con Cristo en su reino, tenemos que suponer que el resto de mártires (44,000) tendría que salir de la iglesia de los siglos subsiguientes. ¿Pero creerá alguno que sólo hubo 44,000 mártires de Cristo en los 16 siglos restantes de la Era Cristiana? Parece difícil creerlo, si pensamos en la gran cantidad de mártires protestantes asesinados por la iglesia Católica en la Edad Media. Sólo entre los siglos VI al XIX el catolicismo asesinó a miles de albigenses y valdenses.  En la ciudad de Béziers (Basiera), por citar una ciudad, mataron a 20.000 Albigenses. En el transcurso de la lucha resultante centenares de miles más cayeron. A estos hay que sumar los mártires de los siglos trece al diecisiete, y que son muchos, por cierto. Además, aún hoy, en distintos países anticristianos, siguen persiguiendo y matando a cientos de cristianos, y no terminará esta persecución y matanza hasta que Cristo regrese en gloria. La cifra de mártires podría subir muy, pero muy por encima de los 144,000 individuos citados en Apocalipsis 7 y 14.

Por tanto nos preguntamos, ¿no deberíamos tomar de manera simbólica el número 144,000 de Apocalipsis 7 y 14?

(ver:http://cristianohoy.wordpress.com/2008/10/26/martires-de-la-inquisicion/)