Por Ing° Mario A Olcese
La pregunta: ¿qué mensaje está escuchando usted en su iglesia? equivale a preguntar, ¿qué evangelio ha creído usted para su salvación? Y es que es trágico ver que los más de los que asisten a la iglesia no se pregunten si lo que enseña su Pastor es el mismo mensaje que enseñó Jesucristo y sus discípulos a sus audiencias del primer siglo. Esta pregunta es crucial porque Jesús vino a predicar un mensaje singular y divino que conduce a la vida eterna (Juan 6:68). Este mensaje es el evangelio del reino o buenas nuevas de salvación (Rom. 1:16), y Jesús nos pide creer en este mensaje para ser salvos (Marcos 16:15,16). De modo que el evangelio verdadero salva al que lo cree de corazón. ¿Pero qué sucede cuando alguien cree en un falso mensaje o en un evangelio trucado? ¿Podrá acaso esa fe en un evangelio adulterado salvarle? Pablo fue enfático al decir: “Estoy maravillado de que tan pronto os hayáis alejado del que os llamó por la gracia de Cristo, para seguir un evangelio diferente. No que haya otro, sino que hay algunos que os perturban y quieren pervertir el evangelio de Cristo. Mas si aun nosotros, o un ángel del cielo, os anunciare otro evangelio diferente del que os hemos anunciado, sea anatema. Como antes hemos dicho, también ahora lo repito: Si alguno os predica diferente evangelio del que habéis recibido, sea anatema” (Gál. 1:6-9). Así que el asunto de resguardar el evangelio original es de vital importancia, y todo aquel que lo trastoque con evangelios espurios, son ANATEMAS, es decir, MALDITOS. Hoy estamos repletos de predicadores malditos, de siervos desleales que predican evangelios de demonios que los conducirán finalmente a la ruina total, y a todos aquellos incautos que los aceptan con verdaderos.
Parece que los bereanos modernos escasean, es decir, los creyentes fieles y serios que se ciñen a la Palabra revelada. Hoy, los “creyentes” contemporáneos están buscando mensajes agradables a sus oídos, buenas nuevas que les ofrezcan para esta vida grandes bendiciones y no sufrimientos; comodidad y no sacrificio; placer y no desdicha; riqueza y no pobreza. Este tipo de mensajes son los que más atraen a las masas que buscan escapar automáticamente de sus miserias, o de sus actuales frustraciones, y que no están dispuestas a esperar hasta la venida de Cristo para ver sus más caros anhelos hechos realidad, o que no quieren atender primero las exigencias del Señor para la vida presente. Dice Pablo de éstos: “Porque vendrá tiempo cuando no sufrirán la sana doctrina, sino que teniendo comezón de oír, se amontonarán maestros conforme a sus propias concupiscencias, y apartarán de la verdad el oído y se volverán a las fábulas. Pero tú sé sobrio en todo, soporta las aflicciones, haz obra de evangelista, cumple tu ministerio” (2 Tim. 4:3-5). Aquí habla Pablo de personas que tendrán ninguno o poco interés interés por la sana doctrina, sino más bien por los mensajes que alimenten sus liviandades. Mensajes que atizan sus avaricias, y sus deseos carnales, y no las aspiraciones espirituales imperecederas. Así, pues, millones son engañados a través de evangelios diabólicos predicados por los evangelistas de la prosperidad o de las riquezas presentes, del reino ahora.
Deténgase a pensar
Es hora de que usted haga una pausa y reflexione con la Biblia en la mano si lo que enseña su pastor favorito en algún programa religioso de TV, como es el caso de “Enlace TV”, es Escritural o no. No es sabio que usted acepte automáticamente todo lo que se le dice o enseña sin antes verificarlos con la Biblia. Sólo recién cuando usted proceda tal como le digo, usted se llevará una gran sorpresa al descubrir que un alto porcentaje de los mensajes que se predican hoy, jamás fueron proclamados por Jesús o cualquiera de sus apóstoles en el primer siglo. El mensaje central de Cristo, que giró alrededor de su muerte, sepultura, y resurrección al tercer día, y también en torno a su reino de justicia (sobre todo éste último), no ocupa el primer lugar en los sermones de las iglesias. De hecho, el reino de Dios no es el tema de los sermones de hoy, y ni siquiera es lo primero que buscan los cristianos contemporáneos, a pesar de que Jesús nos mandó a buscarlo primeramente antes que cualquier otra cosa (Mateo 6:33). ¿Qué ha pasado con el evangelio original? ¡Simplemente no es atrayente ni “comercial”! La gente quiere vivir un reino ahora, y no en un reino utópico del futuro. La verdad es que los predicadores fraudulentos de hoy no pueden ofrecer un reino glorioso venidero porque el reino glorioso de ellos lo pueden vivir ahora (¡si se hace el milagro!), como príncipes llenos de riquezas y comodidades. Ellos te dicen que tú puedes ser un príncipe en esta vida si “siembras tu semilla” fielmente. Para los evangelistas ricos sería una incongruencia ofrecerles a sus oyentes la gloria y las riquezas futuras del reino mesiánico, si las pueden vivir ahora y en abundancia. Esta es la razón por la que el evangelio original ha sido convenientemente sustituido por un evangelio de la prosperidad para todos hoy. Es la misma creencia equivocada que tuvieron algunos cristianos del siglo I, quienes suponían que ya estaban viviendo en el reino como reyes poderosos y ricos (1 Cor. 4:8).
¿Riquezas, hoy?
Personalmente me asombro al escuchar a los predicadores de los Estados Hundidos y de Latinoamérica (mimos de los gringos) predicar el mismo evangelio de la prosperidad, haciéndose ricos a costa de los “sembradores”, que con el cuento de la semilla, se quedan más pobres y más endeudados que nunca. Es gente que cree que Dios los llamó a ser ricos, y que la pobreza es una maldición, sin reflexionar que son los ricos muchas veces los más miserables y viciosos que existen. El dinero en exceso se puede convertir en una verdadera maldición, y esto no lo dicen los predicadores de la prosperidad. Salomón, el rey sabio, pidió al señor antes que nada, sabiduría; y en cuanto al dinero, él le dijo a Dios: “ni mucho, no vaya a ser que me olvide de Ti; ni poco, no vaya a ser que reniegue de Ti”. Esta debería ser nuestra propia aspiración si es que queremos proceder con sabiduría.
El Caso de Gayo
Juan le escribe a Gayo y le dice: “Amado, yo deseo que tú seas prosperado en todas las cosas, y que tengas salud, así como prospera tu alma. Pues mucho me regocijé cuando vinieron los hermanos y dieron testimonio de tu verdad, de cómo andas en la verdad. No tengo yo mayor gozo que este, el oír que mis hijos andan en la verdad” (3 Juan 2-4). Aquí vemos a un tal Gayo, cristiano fiel, y amigo del anciano Juan. A éste, Juan le desea que sea “prosperado en todo…así como prospera tu alma”. ¿Qué vemos aquí? ¿Nos hemos detenido aquí para usar nuestro cerebro que Dios nos dio para reflexionar en estas palabras? Pues bien, acá tenemos a un hombre que prosperaba espiritualmente, que se hacía cada vez más sabio y maduro en la fe…¡pero su prosperidad material estaba estancada, no crecía, no aumentaba, no se hacía patente! Nótese que Juan no se asombró de ver que la prosperidad material de Gayo no caminase a la par con su prosperidad espiritual. Juan jamás creyó que ambas prosperidades (la espiritual y la material) caminarían juntas en un cristiano, y nunca prometió a nadie, y ni siquiera a Gayo, una creciente prosperidad en la misma medida, o más, que su crecimiento espiritual. Juan sólo deseó, como un anhelo muy personal, de que Gayo fuese prosperado materialmente, pero no había garantía alguna de que esa bendición material ocurriría necesariamente en el futuro. Finalmente, Juan se alegró de ver que sus hijos en la fe andaban en la verdad, y no en el falso sendero de la riqueza o de la prosperidad material.
El Consejo olvidado de Jesús
Nuestro Señor siempre fue cauteloso con el tema de las riquezas, y para él las cosas materiales en exceso eran casi siempre peligrosas e inseguras. Prácticamente las riquezas eran para él un obstáculo para el discipulado. Muchos hombres, como aquel joven rico que se entrevistó con Jesús, no pueden acceder al reino porque para ellos primero son sus riquezas terrenales. Ellos ya viven hoy su paraíso en la tierra, y no necesitan otro utópico para un futuro distante. El énfasis de Jesús en su declaración: “difícilmente entrará un rico al reino de Dios” debería frenar a muchos predicadores a seguir buscando vehementemente las riquezas presentes, pues sin darse cuenta podrían quedarse excluidos del reino de Dios. Jesús aconseja a todos, incluyendo a Carlos “cash” Luna, y a otros vividores del evangelio trucado, lo siguiente: “Y les dijo: Mirad, y guardaos de toda avaricia; porque la vida del hombre no consiste en la abundancia de los bienes que posee. También les refirió una parábola, diciendo: La heredad de un hombre rico había producido mucho. Y él pensaba dentro de sí, diciendo: ¿Qué haré, porque no tengo dónde guardar mis frutos? Y dijo: Esto haré: derribaré mis graneros, y los edificaré mayores, y allí guardaré todos mis frutos y mis bienes; y diré a mi alma: Alma, muchos bienes tienes guardados para muchos años; repósate, come, bebe, regocíjate. Pero Dios le dijo: Necio, esta noche vienen a pedirte tu alma; y lo que has provisto, ¿de quién será? Así es el que hace para sí tesoro, y no es rico para con Dios” (Juan 12:15-21)
¿Es usted Rico para Dios?
Hay personas que son ricos para el mundo, pero no para Dios. Lo importante es que usted entienda que lo más importante es llegar a ser rico para Dios. Y uno se hace rico para Dios cuando uno tiene la RIQUEZA DE LA FE en primer término (Santiago 2:5). Muchos buscan desesperadamente las riquezas presentes porque no tienen la suficiente fe como para aceptar la promesa: “Buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, todo las demás cosas vendrán por añadidura” (Mateo 6:33). Son justamente los impíos y los carentes de fe los que buscan desesperadamente asegurarse un confort material presente para luego ocuparse de las cosas del reino. ¡Es como darle la carne al diablo y los huesos a Dios! Los verdaderos cristianos NO SE ENREDAN EN LOS NEGOCIOS DE ESTE MUNDO. Dice así Pablo: “Ninguno que milita se enreda en los negocios de la vida, a fin de agradar a aquel que lo tomó por soldado” (2 Tim. 2:4). La idea es que no debemos ser entrampados en los negocios de esta vida, ya que nos pueden distraer de la militancia cristiana. Pero si alguien llegó al Señor siendo rico, éste no debe poner su confianza o esperanza en sus riquezas. Básicamente Dios quiere que seamos ricos en buenas obras, y si alguno es rico materialmente, que haga buenas obras con sus bienes, pues así lo dice Pablo con estas palabras: “A los ricos de este siglo manda que no sean altivos, ni pongan la esperanza en las riquezas, las cuales son inciertas, sino en el Dios vivo, que nos da todas las cosas en abundancia para que las disfrutemos. Que hagan bien, que sean ricos en buenas obras, dadivosos, generosos” (1 Tim. 6:17-18).
La Iglesia Laodiceana de los últimos días
Así que la riqueza que ve Dios es la espiritual y no la material. Así se expresó Juan de la iglesia de Esmirna: “Y escribe al ángel de la iglesia en Esmirna: El primero y el postrero, el que estuvo muerto y vivió, dice esto: Yo conozco tus obras, y tu tribulación, y tu pobreza (pero tú eres rico)…(Apo. 2:9). Nótese que la iglesia de Esmirna era pobre materialmente, pero rica para Dios. Esto es lo importante, estimados amigos: La riqueza espiritual a los ojos de nuestro Dios. En cambio, de la iglesia rica de Laodicea, Juan escribe: “Y escribe al ángel de la iglesia en Laodicea: He aquí el Amén, el testigo fiel y verdadero, el principio de la creación de Dios, dice esto: Yo conozco tus obras, que ni eres frío ni caliente. ¡Ojalá fueses frío o caliente! Pero por cuanto eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca.
Porque tú dices: Yo soy rico, y me he enriquecido, y de ninguna cosa tengo necesidad; y no sabes que tú eres un desventurado, miserable, pobre, ciego y desnudo” (Apo. 3:14-17).
Aquí, por ejemplo, tenemos a la mega iglesia, rica y próspera, llena de lujos y confort, pero que está muerta a los ojos de Dios por su tibieza. Tiene un pie en el infierno y el otro en el cielo, por decirlo de alguna manera. Así que es obvio que los evangelistas de la prosperidad son los predicadores laodiceanos de los últimos tiempos que engañan a las buenas ovejas del Señor a vivir un reino ahora, en confort y riquezas en abundancia. Estos caminan a su perdición, cuando en el juicio final sean sentenciados a la gehenna. “En aquel día le dirán al Señor: Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? Y entonces les declararé: Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad” (Mateo 7:22,23). ¿No cae a pelo esta admonición a los evangelistas de la prosperidad que se las pasan haciendo “milagros” y expulsiones de demonios a granel? En el día del juicio, los falsos cristos (“ungidos”) que vienen predicando falsos evangelios, darán cuenta de sus perversidades ante el trono del Juez Supremo…y sentirán por primera vez la horrenda expectación de juicio en su real dimensión…y junto con ellos, los que los apoyaron.