Por Ing° Mario A Olcese (Apologista)
¿Qué evangelio ha creído usted para su salvación?¿Esta usted 100% seguro de que usted creyó en el evangelio salvador de labios de su pastor o predicador cuando usted se decidió a «recibir a Cristo»? Le pregunto esto porque sinceramente me resulta trágico que los más de los que asisten a las iglesias no se pregunten si lo que enseñan sus Pastores como «el evangelio salvador» es en realidad el mismo evangelio que enseñaron Jesucristo y sus discípulos a sus audiencias del primer siglo. Esta pregunta es vital, porque Jesús vino a predicar un mensaje singular y divino que conduce a la vida eterna (Juan 6:68). Este mensaje es el evangelio del reino o las buenas nuevas de la gracia (Rom. 1:16; Hechos 20:24,25), el cual nuestro Señor espera que creamos para ser salvos (Marcos 16:15,16).
Sí, mis amigos, el evangelio verdadero salva al que lo cree de todo corazón. ¿Pero qué sucede cuando alguien cree en un falso mensaje o en un evangelio trucado? ¿Podrá acaso esa fe en un evangelio adulterado, salvarle? Pablo fue enfático al decir: “Estoy maravillado de que tan pronto os hayáis alejado del que os llamó por la gracia de Cristo, para seguir un evangelio diferente. No que haya otro, sino que hay algunos que os perturban y quieren pervertir el evangelio de Cristo. Mas si aun nosotros, o un ángel del cielo, os anunciare otro evangelio diferente del que os hemos anunciado, sea anatema. Como antes hemos dicho, también ahora lo repito: Si alguno os predica diferente evangelio del que habéis recibido, sea anatema” (Gál. 1:6-9). Así que el asunto de resguardar el evangelio original es de vital importancia para nosotros, y todo aquel que lo trastoque con evangelios espurios, son ANATEMAS o MALDITOS.
Hoy estamos repletos de predicadores malditos, de siervos desleales que predican evangelios de demonios que los conducirán inexorablemente a la ruina total, y a todos los incautos que los aceptan como verdaderos.
Parece que los Bereanos modernos escasean en las iglesias, me refiero a los creyentes que deben ser fieles y serios, y que deben ceñirse escrupulosamente a la Palabra revelada. Hoy, los “creyentes” contemporáneos están buscando mensajes agradables a sus oídos, buenas nuevas que les ofrezcan inmediatamente grandes bendiciones materiales, comodidad, y una vida pacífica y sin problemas de ningún tipo. Este tipo de mensajes son los que más atraen a las masas que buscan escapar automáticamente de sus miserias, o de sus actuales frustraciones, y que no están dispuestas a esperar hasta la venida de Cristo para ver sus más caros anhelos hechos realidad. Estos individuos no quieren primero someterse a las exigencias radicales del Señor para la vida presente, antes de recibir las bendiciones futuras prometidas por el Señor. Dice Pablo de éstos: “Porque vendrá tiempo cuando no sufrirán la sana doctrina, sino que teniendo comezón de oír, se amontonarán maestros conforme a sus propias concupiscencias, y apartarán de la verdad el oído y se volverán a las fábulas. Pero tú sé sobrio en todo, soporta las aflicciones, haz obra de evangelista, cumple tu ministerio” (2 Tim. 4:3-5). Aquí habla Pablo de personas que no tendrán interés por la sana doctrina, sino por los mensajes que alimenten sus liviandades. Estas personas desean oír promesas que aticen sus avaricias, y sus deseos carnales, y no las verdaderas bendiciones espirituales imperecederas. Así, pues, millones son engañados a través de evangelios diabólicos predicados por los evangelistas de la prosperidad, o los del reino ahora.
Deténgase a pensar
Es hora de que usted haga una pausa y reflexione con la Biblia en la mano si lo que enseña su pastor favorito en su iglesia, o en algún programa religioso de TV, es Escritural o no. No es sabio que usted acepte automáticamente todo lo que se le dice sin antes verificarlo con la Biblia. Sólo cuando usted proceda tal como le estoy diciendo, usted se llevará la gran sorpresa de su vida al descubrir que un alto porcentaje de los mensajes que se predican hoy, jamás fueron proclamados por Jesús o cualquiera de sus apóstoles en el primer siglo. El mensaje central de Cristo que giró alrededor de su reino, y que más tarde se le sumó su muerte, sepultura, y resurrección al tercer día, no ocupa el primer lugar en los sermones centrales de las iglesias. De hecho, el reino de Dios no es el tema central de los sermones de hoy, y ni siquiera es lo primero que buscan los cristianos contemporáneos, a pesar de que Jesús nos mandó a buscarlo primeramente antes que cualquier otra cosa (Mateo 6:33). ¿Qué ha pasado con el evangelio original? ¡Simplemente no es atrayente ni “comercial” para atraer a conversos! La gente quiere vivir un reino ahora, y no en un reino utópico del futuro.
La verdad es que los predicadores fraudulentos de hoy no pueden ofrecer un reino glorioso venidero porque el reino glorioso de ellos lo quieren vivir ahora, siendo como príncipes reales, llenos de riquezas y comodidades de ensueño. Ellos te dicen que tú puedes ser un príncipe en esta vida si “siembras tu semilla” fielmente. Para los evangelistas ricos sería una incongruencia ofrecerles a sus oyentes la gloria y las riquezas futuras del reino mesiánico, si las pueden vivir ahora y en abundancia a través de sus «fórmulas mágicas». Esta es la razón por la cual el evangelio original ha sido convenientemente sustituido por un evangelio de la prosperidad para todos hoy. Es la misma creencia equivocada que tuvieron algunos cristianos del siglo I, quienes suponían que ya estaban viviendo en el reino como reyes poderosos y ricos (1 Cor. 4:8).
¿Riquezas, hoy?
Personalmente me asombro al escuchar a los predicadores de los Estados Unidos y de los países latinos (mimos de los gringos) predicar el mismo evangelio de la prosperidad, “made in USA”, haciéndose muy ricos a costa de los “sembradores” ingenuos y avariciosos, los cuales, con el cuento de la semilla sembrada, se quedan más pobres y más endeudados que nunca. Estas son gentes que creen que Dios las llamó para ser ricas, ya que suponen que la pobreza es una maldición que reciben los infieles y no los fieles. Sin embargo, esta personas no se dan cuenta de que son muchas veces los ricos y poderosos de este mundo los más miserables, viciosos, e impíos que existen en la tierra. El dinero en exceso se puede convertir en una verdadera maldición, y esto no lo dicen los predicadores de la prosperidad porque no les conviene. Recuerde, Jesús dice: «El engaño de las riquezas ahogan la palabra, y se hace infructuosa» (Mateo 13:22).
El Caso de Gayo
Juan le escribe a Gayo y le dice: “Amado, yo deseo que tú seas prosperado en todas las cosas, y que tengas salud, así como prospera tu alma. Pues mucho me regocijé cuando vinieron los hermanos y dieron testimonio de tu verdad, de cómo andas en la verdad. No tengo yo mayor gozo que este, el oír que mis hijos andan en la verdad” (3 Juan 2-4).
Aquí tenemos a un tal Gayo, cristiano, y amigo del anciano Juan. A éste, Juan le desea que llegue a ser “prosperado en todo…así como prospera tu alma”. ¿Qué vemos aquí? ¿Nos hemos detenido a usar el cerebro que Dios nos ha dado para reflexionar en estas palabras? ¿Escudriña usted en verdad las Escrituras? Pues bien, acá tenemos a un hombre que prosperaba espiritualmente, que se hacía cada vez más sabio y maduro en la fe…¡pero su prosperidad material estaba estancada, no crecía, no aumentaba, no se hacía patente! Nótese que Juan no se asombró al ver que la prosperidad material de Gayo no caminaba a la par con su prosperidad espiritual. El jamás creyó que ambas prosperidades (la espiritual y la material) caminarían juntas en un cristiano, y nunca prometió a nadie, y menos a Gayo, de que serían prosperados en la misma medida, o más, que su crecimiento espiritual. Así que Juan sólo deseó, como un anhelo muy suyo, que Gayo fuese prosperado materialmente, pero no había garantía alguna de que esa bendición material efectivamente ocurriría en un futuro cercano. Finalmente, Juan se alegró de ver que sus hijos en la fe andaban en la verdad, y no en el falso sendero de la riqueza o de la prosperidad material para el presente tiempo.
El Consejo olvidado de Jesús
Nuestro Señor siempre fue cauteloso con el tema de las riquezas, y para él las cosas materiales en exceso siempre eran peligrosas e inseguras. Prácticamente las riquezas eran para él como un obstáculo para el discipulado. Muchos hombres, como aquel joven rico que se entrevistó con Jesús, no pueden acceder al reino de Dios porque para ellos primero son sus riquezas terrenales. Ellos ya viven hoy su paraíso en la tierra, y no necesitan otro mundo maravilloso utópico para el futuro. El énfasis de Jesús en su declaración: “difícilmente entrará un rico al reino de Dios” debería frenar a muchos predicadores a seguir buscando vehementemente las riquezas presentes, pues sin darse cuenta podrían ellos mismos quedar excluidos del reino de Dios. Jesús aconseja a todos los “vividores” del evangelio, lo siguiente:
“Y les dijo: Mirad, y guardaos de toda avaricia; porque la vida del hombre no consiste en la abundancia de los bienes que posee. También les refirió una parábola, diciendo: La heredad de un hombre rico había producido mucho. Y él pensaba dentro de sí, diciendo: ¿Qué haré, porque no tengo dónde guardar mis frutos? Y dijo: Esto haré: derribaré mis graneros, y los edificaré mayores, y allí guardaré todos mis frutos y mis bienes; y diré a mi alma: Alma, muchos bienes tienes guardados para muchos años; repósate, come, bebe, regocíjate. Pero Dios le dijo: Necio, esta noche vienen a pedirte tu alma; y lo que has provisto, ¿de quién será? Así es el que hace para sí tesoro, y no es rico para con Dios” (Juan 12:15-21)
¿Es usted Rico para Dios?
Hay personas que son ricas para el mundo, pero no para con Dios. Lo importante es que usted entienda que lo más primordial es llegar a ser ricos para Dios. Y uno se hace rico para Dios cuando uno tiene la RIQUEZA DE LA FE en primer lugar (Santiago 2:5).
Muchos buscan desesperadamente las riquezas presentes porque no tienen la suficiente fe como para aceptar la promesa: “Buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, todo lo demás vendrá por añadidura” (Mateo 6:33). Son justamente los impíos y los carentes de fe los que buscan desesperadamente asegurarse un confort material presente para luego ocuparse de las cosas del reino. ¡Es como darle la carne al diablo y los huesos a Dios! Los verdaderos cristianos NO SE ENREDAN EN LOS NEGOCIOS DE ESTE MUNDO porque es peligroso. Dice así Pablo: “Ninguno que milita se enreda en los negocios de la vida, a fin de agradar a aquel que lo tomó por soldado” (2 Tim. 2:4). La idea es que no debemos caer entrampados en los negocios de esta vida, ya que nos pueden distraer de la militancia cristiana. Pero si alguien llegó al Señor siendo rico, éste no debe poner su confianza o esperanza en sus riquezas. Básicamente Dios quiere que seamos ricos en buenas obras, y si alguno es rico materialmente, que haga buenas obras con sus bienes, pues así lo dice Pablo con estas palabras:
“A los ricos de este siglo manda que no sean altivos, ni pongan la esperanza en las riquezas, las cuales son inciertas, sino en el Dios vivo, que nos da todas las cosas en abundancia para que las disfrutemos. Que hagan bien, que sean ricos en buenas obras, dadivosos, generosos” (1 Tim. 6:17-18).
La Iglesia Laodiceana de los últimos días
Así que la riqueza que ve Dios es la espiritual y no la material. Así se expresó Juan de la iglesia de Esmirna: “Y escribe al ángel de la iglesia en Esmirna: El primero y el postrero, el que estuvo muerto y vivió, dice esto: Yo conozco tus obras, y tu tribulación, y tu pobreza (pero tú eres rico)…(Apo. 2:9). Nótese que la iglesia de Esmirna era pobre materialmente, pero rica para Dios. Esto es lo importante, estimados amigos: La riqueza espiritual a los ojos de nuestro Dios. En cambio, de la iglesia rica de Laodicea, Juan escribe: “Y escribe al ángel de la iglesia en Laodicea: He aquí el Amén, el testigo fiel y verdadero, el principio de la creación de Dios, dice esto: Yo conozco tus obras, que ni eres frío ni caliente. ¡Ojalá fueses frío o caliente! Pero por cuanto eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca. Porque tú dices: Yo soy rico, y me he enriquecido, y de ninguna cosa tengo necesidad; y no sabes que tú eres un desventurado, miserable, pobre, ciego y desnudo” (Apo. 3:14-17). Aquí tenemos a la mega iglesia, rica y próspera, llena de lujos y confort, pero que está muerta a los ojos de Dios por su tibieza. Tiene un pie en el infierno y el otro en el cielo, por decirlo de alguna manera. Así que es obvio que los evangelistas de la prosperidad son los predicadores laodiceanos de los últimos tiempos que engañan a las buenas ovejas del Señor a vivir un reino ahora, en confort y riquezas en abundancia. Estos caminan a su perdición, cuando en el juicio final sean sentenciados a la gehenna. “En aquel día le dirán al Señor: Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? Y entonces les declararé: Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad” (Mateo 7:22,23). ¿No cae a pelo esta admonición a los evangelistas de la prosperidad que se las pasan haciendo “milagros” y expulsiones de demonios a granel? En el día del juicio, los falsos cristos (“ungidos”) que vienen predicando falsos evangelios, darán cuenta de sus perversidades ante el trono del Juez Supremo…y sentirán por primera vez la horrenda expectación de juicio en su real dimensión…y junto con ellos, los que los apoyaron.
Mientras tanto, los verdaderos y fieles seguidores de Cristo seguirán las pisadas de Pablo (1 Cor. 11:1), que son las mismas pisadas de Cristo. Y Tanto nuestro Señor Jesucristo, como el apóstol Pablo, predicaron a Judíos y gentiles el mismo evangelio salvador del reino (Marcos 1:1,14,15; Hechos 20:24,25; 28:23,30,31). ¿Escuchará usted a Jesús y a Pablo, o les creerá ciegamente a los fraudulentos predicadores de hoy como Carlos Cash Luna, Rony Chávez, Benny Hinn, Guillermo Maldonado, sólo por citar a algunos de esos pillos? ¡Sólo de usted depende la decisión sabia y correcta!
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