LA ‘CONVERSIÓN’ DE ANTHONY FLEW, EL AMIGO ATEO DE C.S.LEWIS

Entrevista con Anthony Flew. Durante los últimos cincuenta años, el ateo más famoso del mundo ha sido Anthony Flew. Mucho antes de que Richard Dawkins comenzara a atacar a la religión, Flew era el portavoz de los no creyentes, pero ahora Flew es el más famoso converso del mundo.

 
En 1966 escribió su obra God and phylosophy (“Dios y la filosofía”) y en 1984 The presumption of atheism (“La presunción de ateísmo”). En ambas mantuvo una postura “evidencialista” según la cual debe presuponerse el ateísmo hasta que no se presenten evidencias de lo contrario. No obstante, éste ha parecido ser recientemente el caso, a juzgar por su último trabajo There is God (“Hay Dios”), que Flew considera su última palabra sobre el tema. “Debo decir –declara- que el viaje de mi descubrimiento de lo divino ha sido hasta ahora un peregrinaje de la razón. He seguido el argumento hasta donde me ha conducido”. Aquí ofrecemos para el público de lengua española la traducción de la entrevista realizada por el Dr. Benjamín Wiker para www.tothesource.org.
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Anthony Flew, londinense nacido en 1923, es hijo de un ministro metodista. Mientras se graduaba asistió regularmente a las tertulias organizadas por C. S. Lewis en su denominado “Club Socrático” pero, sin embargo, no se dejó seducir por los argumentos de Lewis a favor de la existencia de Dios y expuestos en su obra Mere christianity. Durante la Segunda Guerra Mundial estudió japonés en la Escuela de Estudios Orientales y Africanos de la Universidad de Londres y fue oficial de inteligencia en la RAF. Ha sido profesor de filosofía en la Universidad de Aberdeen y en la de Keele, en esta última durante veinte años. Entre 1973 y 1983 fue profesor de filosofía en la Universidad de Reading y, después de jubilarse, ha sido profesor a tiempo parcial en la Universidad de York, en Toronto, Canadá.

Benjamín Wiker: Usted dice en Hay Dios que “es posible que nadie esté más sorprendido que yo de que mis investigaciones acerca de lo divino hayan pasado, después de todos estos años, desde la negación al descubrimiento”. Los demás pueden también estar muy sorprendidos, quizá tanto más cuanto que el final parece ser muy repentino. Pero en Hay Dios encontramos que en realidad ha sido un proceso muy gradual, una “migración de dos décadas”, como usted dice. Dios fue la conclusión de un argumento bastante largo. Pero ¿no hubo en esa argumentación un punto en el que usted se encontró bruscamente sorprendido al darse cuenta de que, después de todo, “hay Dios”? En algún sentido, ¿”escuchó usted una voz” dentro de la misma evidencia que decía “me oyes ahora”?

Anthony Flew: Había dos factores en especial que fueron decisivos. Uno fue mi creciente empatía con la idea de Einstein y de otros científicos notables de que tenía que haber una Inteligencia detrás de la complejidad integrada del universo físico. El segundo era mi propia idea de que la complejidad integrada de la vida misma –que es mucho más compleja que el universo físico- solo puede ser explicada en términos de una fuente inteligente. Creo que el origen de la vida y de la reproducción sencillamente no pueden ser explicados desde una perspectiva biológica, a pesar de los numerosos esfuerzos para hacerlo. Con cada año que pasa, cuanto más descubrimos de la riqueza y de la inteligencia inherente a la vida, menos posible parece que una sopa química pueda generar por arte de magia el código genético. Se me hizo palpable que la diferencia entre la vida y la no-vida era ontológica y no química. La mejor confirmación de este abismo radical es el cómico esfuerzo de Richard Dawkins para aducir en El espejismo de Dios que el origen de la vida puede atribuirse a un “azar afortunado”. Si este es el mejor argumento que se tiene, entonces el asunto queda zanjado. No, no escuché ninguna voz. Fue la evidencia misma la que me condujo a esta conclusión.

Wiker: Usted es famoso por argumentar a favor de una presunción de ateísmo, es decir, dados los argumentos a favor y en contra de la existencia de Dios, el peso de la prueba cae en el campo de los teístas. Dado que usted cree que sigue a la evidencia hasta donde ésta le conduce, y le lleva hasta el teísmo, parece que ahora las cosas van justo al contrario, de manera que la carga de la prueba cae en el campo de los ateos. Debe probarse que Dios no existe. ¿Qué piensa usted de esto?

Flew: He destacado en mi libro que algunos filósofos ciertamente han aducido que en el pasado la carga de la prueba estaba en el campo de los ateos. Creo que los orígenes de las leyes de la naturaleza, de la vida y del universo señalan claramente a una fuente inteligente. La carga de la prueba recae sobre los que argumentan lo contrario.

Wiker: Como prueba, usted cita la mayoría de la ciencia reciente, sin embargo usted subraya que su descubrimiento de lo divino no llegó a través de “experimentos y ecuaciones” sino más bien “a través de un descubrimiento de las estructuras que desvelan el mapa”. ¿Puede explicar esto? ¿Significa que la evidencia que le llevó hasta Dios no es verdaderamente, en esencia, científica?

Flew: Fue la evidencia empírica, la evidencia descubierta a través de las ciencias. Pero fue una deducción filosófica extraída de la evidencia. Los científicos como tales no pueden hacer esta clase de inferencias filosóficas. Tienen que hablar como filósofos cuando estudian las implicaciones filosóficas de la evidencia empírica.

Wiker: Obviamente, usted conoce la avalancha de libros recientes escritos por ateos como Richard Dawkins y Christopher Hitchens. Ellos creen que los que creen en Dios viven en el pasado. Pero usted parece afirmar educadamente que son ellos los que viven en el pasado, en tanto que la última evidencia científica tiende –o incluso quizás demuestra- fuertemente hacia una conclusión teísta. ¿Es una descripción justa de su posición?

Flew: Ciertamente. Añadiría que Dawkins es selectivo hasta llegar a ser deshonesto cuando cita las opiniones de los científicos acerca de las implicaciones filosóficas de los datos científicos. Dos filósofos de renombre, un agnóstico (Anthony Kenny) y un teísta (Nagel), han señalado recientemente que Dawkins no aborda tres cuestiones principales para plantear racionalmente la cuestión de Dios. Tal y como sucede, estas son las mismas cuestiones que me han conducido a aceptar la existencia de Dios: las leyes de la naturaleza, la vida y su organización teleológica y la existencia del Universo.

Wiker: Usted señala que la existencia de Dios y la existencia del Mal son realmente dos cuestiones diferentes, que necesitan por tanto dos investigaciones separadas. Pero en la literatura popular –incluso en gran parte de la literatura filosófica- las dos cuestiones aparecen con frecuencia mezcladas. Entre los teístas especialmente, se presume que la no existencia de Dios se sigue de la existencia del Mal. ¿Cuál es el peligro de tal inferencia? ¿Cómo respondería usted ahora en calidad de teísta?

Flew: Debo dejar claro que soy un deísta. Aunque yo no acepto ningún tipo de revelación divina, me encantaría estudiarla (y seguir haciéndolo en el caso del cristianismo). Para el deísta, la existencia del mal no supone ningún problema porque el Dios deísta no interviene en los asuntos del mundo. Lógicamente, el teísta religioso puede volverse hacia la defensa de la voluntad libre (de hecho, soy el primero que acuñó la expresión defensa de la libre voluntad). Otro cambio relativamente reciente en mis opiniones filosóficas es mi afirmación de la libre voluntad.

Wiker: Según Hay Dios usted no es lo que podría llamarse un “teísta débil”, es decir, las pruebas no le llevaron meramente a aceptar que hay una “causa” de la Naturaleza, sino a “aceptar la existencia de un ser auto-existente, inmutable, inmaterial, omnipotente y omnisciente”. ¿Está usted lejos de aceptar que este ser es una persona y no un conjunto de características, por precisas que estas puedan ser? Estoy pensando en la afirmación de C. S. Lewis de que un acontecimiento crítico para él, a la hora de aceptar el cristianismo, fue percatarse de que Dios no era un “lugar” –un conjunto de características, como un paisaje- sino una persona.

Flew: Yo acepto el Dios de Aristóteles, que comparte todos los atributos que usted cita. Como Lewis, creo que Dios es una persona, pero no el tipo de persona con el que se puede conversar. Es el ser último, el Creador del Universo.

Wiker: Piensa usted escribir otro libro después de Hay Dios?

Flew: Como digo al principio del libro, este es mi voluntad última y mi testamento.

UNA INTERESANTE CARTA DE UNA JOVENCITA QUE AMA EL REINO

Estimado hermano Mario:

Le cuento que estoy esperando el reino de Dios, y quiero que venga Jesucristo a hacer justicia, pero antes estoy hablando con el mundo sobre la palabra de Dios, y sé que muchos no me escuchan y se burlan. Tambien estoy pidiéndole a Dios que me dé un compañero, porque lo necesito.

Cada día le pido a Dios en oracion por mi familia, por la gente, por los gentiles, y por el mundo. Siento que el reino de los cielos está cerca, y que tengo que predicar la palabra de Dios. Lo único que me hace sentir mal son los obstáculos del sistema, mis padres quieren que haga una carrera, y no me molesta estudiar, pues estoy pensando en seguir música, porque me parece la más sana.

Yo siento en mi corazon que debo predicar la palabra de Dios, ése es mi único trabajo en este mundo. Quisiera que me des tu opinión, necesito que alguien me diga si realmente hago bien en elegir este camino. Por mi me iria lejos de casa, a predicar el evangelio a cuanta persona se me cruce, pero no puedo irme porque mis padres se pondrian muy mal, y como te he dicho, quieren que haga una carrera. Que tengo que hacer para heredar el reino de Dios? Por ahora creo que lo voy a heredar porque tengo Fe en Dios, creo en que Jesús vino a la tierra, no creo en las iglesias, y pongo en práctica los mandamientos, todos, ya que me encanta seguir la perfección que la Biblia nos enseña, y amo leer la Biblia. sé que es dificil ajustarse pero lo intento con mucho amor…y quiero seguir perfeccionándome espirtualmente, pues asi estaré preparada para los días finales que los espero. y por supuesto, aumentar mi amor y fe cada dia en Dios y el Señor Jesucristo.

S.G

Querida hermana S.G:

Antes que nada te felicito de que hayas puesto tu esperanza en su Majestad, el Señor Jesucristo, y en su reino de justicia, el cual será establecido muy pronto en esta tierra decadente y moribunda. Este mensaje precioso del reino, desgraciadamente, produce extrañeza y burla entre los incrédulos, porque están ciegos. Jesús mismo  había experimentado burlas por parte de sus detractores cuando les estaba enseñando acerca de las riquezas y la avaricia, o cuando entró a la casa del principal de la sinagoga para resucitar a su hija, por citar dos ejemplos (Lucas 16:14, Mr. 5:39,40). Los mismos apóstoles fueron objeto de burlas. Pablo tuvo que soportar la burla de los Griegos cuando les habló de la resurrección del cuerpo (Hechos 17:32). También Pedro previó la venida de burladores en los días finales (2 Ped. 3:3). Así que no le des importancia a la gente que se burla de lo que predicas porque están cegados por el enemigo, y no entienden en su carnalidad las cosas de Dios.

Creo que no sería mala idea que tú estudies una profesión para que puedas defenderte en esta vida dura. Si te gusta la música, está bien, pues podrías ser una gran artista cristiana, para la gloria de Dios. Tú debes elegir, finalmente, la profesión que más te guste y que más te convenga, es decir,  la que mejor rédito te produzca. Recuerda que hay profesiones más rentables que otras. No sería sabio seguir una carrera que más tarde no te producirá ingresos económicos suficientes para cubrir tus necesidades. Recuerda también que puedes estudiar seglarmente y ser una portadora del mensaje de Cristo y de su reino entre tus propios compañeros y profesores. Una cosa no quita la otra. Uno puede dar testimonio en todo lugar y circunstancia sin ningún problema, si uno se lo propone.

Lo de irte de tu casa, creo que no sería sabio, salvo, claro, que tu familia se oponga a tus ideales cristianos y sea un obstáculo tremendo para tu fe. Si tu familia desea tenerte cerca, y ayudarte a alcanzar tus metas profesionales, a buena hora. Hay un dicho que reza: «El que se va sin que lo boten, regresa sin que lo llamen». Ellos no te están botando de la casa, y menos, burlándose de tus creencias, ¿o sí?  Después de que te hayas preparado con una profesíon, puedes dejar tu casa, e instalarte en dónde mejor te parezca para poder servir al Señor, y ejercer, al mismo tiempo, tus habilidades profesionales. El Apóstol Pablo, quien era un apóstol que viajaba a diferentes lugares y países, se defendía y se sostenía solo, porque tenía una técnica,  la cual le permitía hacer tiendas de campaña, y de este modo él no era carga para nadie mientras difundía el evangelio del reino a los gentiles de su época (Hechos 19:8; Hechos 20:24,25; 28:23,30,31).

Y finalmente, para poder entrar en el reino de Dios, es necesario «nacer de nuevo» como lo leemos en Juan 3:3,5. Esto quiere decir que a través de fe en la palabra (agua) del evangelio del Reino (1 Pedro 1:23,25) y por el bautismo (Hechos 2:38), uno está en condiciones de entrar en él, pero siempre viviendo en obediencia a los mandamientos de Dios. Otros exégetas añaden a esto el nuevo nacimiento que se producirá en la resurrección o transformación de los justos, cuando Cristo vuelva en persona, y arrebate a los Suyos.

Espero que esta respuesta te ayude en algo, estimada S.G

Tu hermano y servidor,

Mario 

¿REALMENTE CREYÓ USTED EN EL ÚNICO EVANGELIO SALVADOR?

¡Muchos creen haber aceptado el evangelio de Cristo, cuando en realidad han creído en una mentira satánica!

 

Por Ingº Mario A Olcese (Apologista)

Muchos suelen afirmar, “Yo soy un creyente cristiano, y seré salvo porque dejé ser incrédulo”.  Otros dicen: «Yo soy salvo porque acepté a Jesucristo como mi «salvador personal» , y otros dicen: «Yo soy salvo porque invité a Cristo a morar en mí, y yo sé que él vive en mí por la fe»  ¿Pero tienen sentido esas confesiones?

En 2 Corintios 4:4 Pablo escribe algo muy interesante: “En los cuales el DIOS de este siglo cegó el entendimiento de los incrédulos, para que no les resplandezca la luz del evangelio de la gloria de Cristo, el cual es la imagen de DIOS. Pues bien, acá Pablo dice que los incrédulos han sido cegados en su entendimiento para que no les resplandezca la luz del evangelio de la gloria de Cristo”. Sí, hay ciegos que no logran entender el evangelio de la gloria de Cristo, y son abiertamente incrédulos al mensaje de la gloria de Cristo. ¿Pero puede esto suceder entre quienes dicen ser creyentes convertidos, y cristianos devotos y sinceros? ¿Pueden existir “creyentes” aún incrédulos, cegados por el diablo?

El diablo es un estratega muy hábil cegando el entendimiento de los hombres para que no les resplandezca la luz del evangelio de la gloria de Cristo, el cual es la imagen de Dios. Aquí la frase que me interesa es “evangelio de la gloria de Cristo”, ¿Qué significa esto exactamente? ¿A qué gloria se refiere Pablo?

Gloria y Reino

Es interesante comparar Mat. 20:20-21 con Mar. 10:35-37, donde descubriremos claramente lo que era para los discípulos la gloria. Estos versículos de Mateo y Marcos han sido pasados por alto por muchos estudiantes de la Biblia, y sin embargo son claves para entender lo que es la gloria de Cristo. Desgraciadamente, muchos ´todavía creen que la gloria es estar en el cielo con Cristo como angelitos blancos y alados, y tocando un arpa o una lira dorada por toda una eternidad.

Comparemos  en seguida ambos pasajes:

Mat. 20:20,21: “Entonces se le acercó la madre de los hijos de Zebedeo con sus hijos, postrándose ante él y pidiéndole algo. Ella le dijo: Ordena que en tu REINO se sienten estos dos hijos míos, el uno a tu derecha, y el otro a tu izquierda”.

Mar. 10: 35-37: “Entonces Jacobo y Juan, hijos de Zebedeo, se le acercaron, diciendo: Maestro querríamos que nos hagas lo que te pidiéramos. El les dijo: ¿Qué queréis que os haga? Ellos le dijeron: Concédenos que en tu GLORIA nos sentemos el uno a tu derecha, y el otro a tu izquierda”.

Si comparamos ambas citas que se refieren al mismo asunto, pero bajo distintas perspectivas, veremos que Mateo dice que los hijos de Zebedeo (Jacobo y Juan) le solicitaron a Jesús una posición de privilegio en su REINO. En cambio, Marcos escribe que lo que Jacobo y Juan le pidieron a Jesús fue por un lugar de privilegio en Su GLORIA. ¿Por qué esta diferencia entre ambos evangelistas? Pues la única explicación posible es que no hay ninguna diferencia, dado que para los primeros cristianos, la GLORIA era un sinónimo del REINO, y viceversa. Con esto queda una vez más demostrado que el evangelio de la gloria de Cristo (2 Cor. 4:4) es lo mismo que “el evangelio del Reino de Cristo” (Mat. 24:14).

En buena cuenta, podemos verter el pasaje de 2 Corintios 4:4 como que el diablo, el dios de este siglo, “cegó el entendimiento de los incrédulos, para que no les resplandezca la luz del evangelio del reino de Cristo, el cual es la imagen de DIOS». ¿Se dan cuenta, amigos, lo importante que es creer en el evangelio del reino de Cristo? El evangelio original que Cristo vino a proclamar por mandato del Padre fue el reino (Lucas 4:43, Marcos 1:1,14,15; Lc. 8:1,2; 9:1,2; Hechos 8:12; Hechos 20,24,25; 28:23,30,31) y que, no obstante, millones de personas, incluidos muchos llamados cristianos, se resisten a creer y predicar. Y es que estos llamados conversos o “crédulos” no han llegado a entender correctamente el reino de Dios, y muchos le han asignado una interpretación espiritual, romántica y hasta gnóstica.

¿Y por qué cegó el diablo el entendimiento de los hombres a tal punto que no crean y busquen este reino de Cristo? Primero, para que no se salven, y segundo, para que la gente no se haga  parte de este reino divino futuro que lo destituirá del domino mundial, y que por ahora está en sus maléficas manos. El diablo sabe que Cristo vino a buscar a hombres y mujeres que regirían con él el mundo de la era venidera (Lc.12:32; Lc. 19:11-19, Mateo 24:31,32), y por esto él está buscando que la gente desconozca esto, y no se haga copartícipe del reino de Cristo (por la conversión), un gobierno  que finalmente lo sacará del presente gobierno mundial maléfico. El diablo sabe que le queda muy poco tiempo, y por este motivo él está como león rugiente tratando de devorar a todos, usando diferentes estratagemas, incluidas las doctrinas y evangelios de demonios (1 Pedro 5:8; 1 Timoteo 4:1).

Así que si usted afirma ser creyente, un devoto seguidor de Cristo, pero se resiste a creer en el evangelio del reino, el mismo reino que creyó y predicó Jesús, y luego, sus primeros discípulos, usted simplemente sigue permaneciendo un incrédulo. En ese caso, el diablo le ha engañado vilmente, haciéndole creer que ya es salvo porque aceptó “el evangelio de Cristo”, cuando en realidad usted aceptó un evangelio distinto, o en el mejor de los casos, uno incompleto que no salva. Y esto es asunto muy serio, el cual fue previsto y advertido por Pablo en Gálatas 1:6-10: Estoy maravillado de que tan pronto os hayáis alejado del que os llamó por la gracia de Cristo, para seguir un evangelio diferente. No que haya otro, sino que hay algunos que os perturban y quieren pervertir el evangelio de Cristo. Mas si aun nosotros, o un ángel del cielo, os anunciare otro evangelio diferente del que os hemos anunciado, sea anatema. Como antes hemos dicho, también ahora lo repito: Si alguno os predica diferente evangelio del que habéis recibido, sea anatema. Pues, ¿busco ahora el favor de los hombres, o el de Dios? ¿O trato de agradar a los hombres? Pues si todavía agradara a los hombres, no sería siervo de Cristo».

Usted definitivamente no podrá ser un siervo de Cristo si aún se resiste en creer en el único evangelio salvador, que es el reino venidero del Mesías, e insiste  tercamente en oír y seguir a falsos maestros que predican otros evangelios diferentes que parecen más bonitos, pero que finalmente le conducirán a su perdición eterna.

¿Cambiará usted finalmente de opinión, y se volverá al verdadero evangelio salvador, que es el reino de Dios? Hoy es el día de salvación…¡¡¡mañana podría ser muy tarde!!!

DEL ADN A DIOS: LA CONVERSIÓN INTELECTUAL DE ANTHONY FLEW

Anthony FlewAmigos, esto, de acuerdo a ACEPrensa (que no lo confundan con ACIPrensa):

El debate sobre la existencia de Dios constituye una de las disputas más ásperas y duraderas de la historia de la filosofía. Pero seguramente uno de los hitos más significativos en esa larga historia ha sido el brusco y reciente cambio de postura del filósofo inglés Antony Flew que fue, durante más de medio siglo, uno de los más vehementes ateos del mundo.

Durante más de cinco décadas escribió libros y debatió con conocidos pensadores creyentes, entre otros con el célebre apologista cristiano C. S. Lewis. Algunos de sus debates tuvieron audiencias multitudinarias. Pero en el último, celebrado en la Universidad de Nueva York en 2004, Flew anunció, ante la sorpresa de todos, que ahora aceptaba la existencia de Dios. Aunque se considera deísta –sin haber abrazado ninguna religión en particular– dice sentirse especialmente impresionado por el testimonio del cristianismo.

En su libro There is a God. How the world’s most notorious atheist changes his mind (Nueva York: Harper One, 2007), Flew no sólo desarrolla sus propios argumentos sobre la existencia de Dios, sino que argumenta frente a los puntos de vista de importantes científicos y filósofos acerca de la cuestión de Dios. En su investigación, examina el auge y la caída de la escuela filosófica del positivismo lógico, la crítica de David Hume al principio de causalidad y los argumentos de importantes científicos como Richard Dawkins, Paul Davies y Stephen Hawking. También se fija en el pensamiento de Einstein sobre Dios, pues Albert Einstein, frente a lo que afirman ateos como Dawkins, fue claramente creyente.

De la mano de la ciencia

Para valorar el significado de la conversión intelectual de Flew, resulta útil considerar la amplitud de sus escritos como uno de los grandes sacerdotes del ateísmo filosófico. Comenzó con la publicación de God and Philosophy en 1966, considerada un clásico de la filosofía de la religión. En 1976 publicó The Presumption of Atheism, que fue reeditada como God, Freedom and Immortality en 1984 en EE. UU. Entre otras publicaciones posteriores, destacan obras como Hume’s Philosophy of Belief, Darwinian Evolution o The Logic of Mortality.

¿Por qué ha cambiado Flew su parecer? La principal razón, dice, nace de las recientes investigaciones científicas sobre el origen de la vida que, según explica Flew, muestran la existencia de una “inteligencia creadora”. Como dijo en el simposio de 2004, su cambio de postura fue debido “casi enteramente a las investigaciones sobre el ADN”: “Lo que creo que el ADN ha demostrado, debido a la increíble complejidad de los mecanismos que son necesarios para generar vida, es que tiene que haber participado una inteligencia superior en el funcionamiento unitario de elementos extraordinariamente diferentes entre sí. Es la enorme complejidad del gran número de elementos que participan en este proceso y la enorme sutileza de los modos que hacen posible que trabajen juntos. Esa gran complejidad de los mecanismos que se dan en el origen de la vida es lo que me llevó a pensar en la participación de una inteligencia”.

Atención a la naturaleza

Flew rechaza la teoría de Richard Dawkins de que el llamado “gen egoísta” es el responsable de la vida humana, algo que califica de “ejercicio supremo de mixtificación popular”. “Los genes, por supuesto, ni pueden ser egoístas ni no egoístas, de igual modo que cualquier otra entidad no consciente no puede ni entrar en competencia con otra ni hacer elecciones”.

Volviendo sobre su itinerario intelectual, señala: “Ahora creo que el universo fue fundado por una Inteligencia infinita y que las intrincadas leyes del universo ponen de manifiesto lo que los científicos han llamado la Mente de Dios. Creo que la vida y la reproducción se originaron en una fuente divina.

¿Por qué sostengo esto, después de haber defendido el ateísmo durante más de medio siglo? La sencilla respuesta es que esa es la imagen del mundo, tal como yo la veo, que emerge de la ciencia moderna. La ciencia destaca tres dimensiones de la naturaleza que apuntan a Dios. La primera es el hecho de que la naturaleza obedece leyes. La segunda, la existencia de la vida, organizada de manera inteligente y dotada de propósito, que se originó a partir de la materia. La tercera es la mera existencia de la naturaleza. Pero en este recorrido no me ha guiado solamente la ciencia. También me ayudó el estudio renovado de los argumentos filosóficos clásicos. “Mi salida del ateísmo no fue provocada por ningún fenómeno nuevo ni por un argumento particular. En realidad, en las dos últimas décadas todo el marco de mi pensamiento se ha trastocado. Esto fue consecuencia de mi permanente valoración de las pruebas de la naturaleza. Cuando finalmente reconocí la existencia de Dios no fue por un cambio de paradigma, porque mi paradigma permanece”.

Flew señala que es, sobre todo, un filósofo que aplica el razonamiento filosófico a los hallazgos científicos. Como Einstein, lamenta que muchos científicos (como Dawkins) resulten malos filósofos. Al tiempo, subraya que sus puntos de vista se sustentan en la razón, no en la fe. Sin embargo ahora se muestra más abierto a los argumentos en favor de Dios de las religiones reveladas.

Comentario. El embuste que se ha hecho dogma común en nuestra cultura neopagana y anticristiana es ese que dice que ninguna persona inteligente y de riguroso pensamiento científico puede creer en la existencia de un Dios. Anthony Flew es una persona que prueba la seriedad de ese error.

Tengo que contraponer el hecho que, hasta lo que tengo entendido, el profesor Flew no es un creyente teísta – judío, cristiano, o musulmán. La posición de este letrado se le puede catalogar de «deísta.» Sin embargo, considero al deísmo como el patio exterior del templo del teísmo, de la aceptación intelectual del monoteísmo judeo-cristiano. Un deísta tiene más en común con un teísta que con un ateo.

Todavía tengo que leer la explicación que el profesor Flew dió para cambiar su parecer tan radicalmente pero les aseguro que tengo su libro en fila para leer. Entre tanto, la «conversión» de Flew dará qué pensar a los ateos dogmáticos cuyas prédicas hemos estado escuchando demasiado en los últimos años.

Publicado por Teófilo de Jesús

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Fuente:

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LA NECESIDAD DE LA UNCIÓN ESPIRITUAL EN EL CREYENTE

 ungido

 

Por el Dr. Javier Rivas Martínez (MD).

 

«Si no hay unción, no hay conversión».

 «El Espíritu del Señor está sobre mí, Por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres; Me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón; A pregonar libertad a los cautivos, Y vista a los ciegos; A poner en libertad a los oprimidos; A predicar el año agradable del Señor» (Lc.4:18-19).  

«Y Jesús, después que fue bautizado, subió luego del agua; y he aquí cielos le fueron abiertos, y vio al Espíritu de Dios que descendía como paloma, y venía sobre él. Y hubo una voz de los cielos, que decía: Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia» (Mt. 3:16-17).

Es evidente,  como vemos, que el ungimiento de Cristo por el espíritu santo ocurrió durante su bautismo, al emerger del agua. En el Antiguo Testamento los sacerdotes eran «consagrados» para el servicio a los  30 años de edad. El servicio sacerdotal estaba representado por cinco actos simbólicos (véase por favor el  libro del Éxodo, cap.  29): 1. El lavamiento con agua para ser purificado. 2. La vestidura especial para la función sacerdotal. 3. La necesidad de la unción  para impartir  gracia divina. 4. El sacrificio para la expiación y la dedicación. 5. Llenar las manos para investir con autoridad para el sacrificio. El ungimiento de Cristo por el espíritu santo dio pauta para su dedicación,  para dar  principio a su ministerio terrenal con todas sus vicisitudes y prosperidades. Cristo no cumplió con todos los actos simbólicos enumerados un poco arriba. La razón, es que Cristo era  sin pecado y no necesitaba de la «purificación» personal como los sacerdotes  de la tribu de Leví que pertenecían a  la raza de los hombres  caídos. Cristo fue «él mismo» el sacrificio único y agradable a Dios para expiar el  pecado del  mundo una vez por siempre. El bautismo de Cristo en agua simbolizaba su consagración al sacerdocio y simboliza además su muerte en la cruz del Calvario. El no necesitaba el lavamiento al igual que los sacerdotes del Antiguo Testamento para ser «purificados» en la Mikvé (la piscina  ritual), pero en su bautismo Cristo se apartó del mundo para efectuar  bajo la voluntad de su Padre su  consagración especial establecida para el beneficio de los hombres pecadores que vivían en sombras de muerte. Cristo como Sumo Sacerdote de Dios se entregó para «cumplir toda justicia» (Dn. 9:24; Mt. 3:15). Dios ungió a Cristo con el espíritu santo para darle poder y  fortaleza para un ministerio nada fácil de llevar. Imprescindible era la unción del espíritu santo en Cristo, del poder de Dios, para culminar su ministerio:  

«…para dar buenas nuevas a los pobres; 
Me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón; 
A pregonar libertad a los cautivos, 
Y vista a los ciegos; 
A poner en libertad a los oprimidos; 
 A predicar el año agradable del Señor» (Lc. 4:18-19). 

Cristo necesitaba de la unción del espíritu santo para «morir», por eso dijo: «…Padre, si quieres, pasa de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya» (Lc. 22:42). Por medio de su ungimiento, el Cristo Hombre  fue obediente a Dios hasta la  «muerte de cruz» (Fil. 2:5-8).  Cristo intercede en su ungimiento como Sumo Sacerdote y  Hombre al Diestra del Padre y  Señor (He. 7:25; 1 Tim. 2:5). Por lo tanto, la unción de Cristo está  dada por la «llenura por el espíritu santo». Esta «plenitud» del espíritu santo la encontramos en Lc. 4:1-2.   

La obra de Dios por  medio del espíritu santo no se concreta a Cristo con exclusividad  sino que abarca el mundo en general, en otras palabras, a «los inconversos que habitan en él». De la manera que los discípulos no entendieron del todo las enseñanzas de Cristo, la doctrina de Dios, el mundo, al igual que los discípulos, necesitaba de la iluminación del espíritu santo para comprender los misterios y propósitos de Dios en Cristo. Entre estos inconversos, agregamos a los que  creen o  dicen  “estar bien con Dios”. Los que pregonan ser  “cristianos” pero que han creído en Cristo, no como lo muestra la Biblia, sino en un concepto muy  distorsionado de su persona mesiánica. Los que le adjudican una naturaleza igual a la de los ángeles, que pregonan que es un “ser creado” y niegan la real esencia de su obra expiatoria. Los que no han creído en su predicación del Reino de Dios, con la  absoluta literalidad que merece. Están, los que han creído en hombres fallidos e ignorantes antes que la Palabra de Dios. De estos últimos, sobreabundan en la actual  tierra pagana e inicua: los herejes modernos, los neo-arrianos como son los Testigos de Jehová.       

El espíritu santo y su unción es un «don de Dios» (véase Hech. 2:38). La unción del espíritu santo trae como resultado el «establecimiento del creyente en Cristo» (véase por favor 2 Co. 1:21-22), es decir,  Dios  «confirma» al creyente en  Cristo, lo «unge», lo «sella», le ha puesto como «garantía» el espíritu en su corazón regenerado. Si el creyente es perseverante en la luz  escritural, esta  «garantía»  lo conducirá  con certeza  a la vida eterna, ya que el espíritu santo es «vida y  paz» (Ro. 8:6). La palabra «Ungió» (Chrisas, gr., 2 Co. 1:21), de chriö, ungir, es un antiguo verbo que significa «consagrar», por medio del espíritu santo, como en 1 de Juan 2:20.

«Y cuando él venga, convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio. De pecado, por cuanto no creen en mí; de justicia, por cuanto voy al Padre, y no me veréis más;  y de juicio, por cuanto el príncipe de este mundo ha sido ya juzgado» (Jn.16:8-11).  

«Habiendo  venido» (venga, elthön, gr.),  el espíritu santo «Redargüirá al mundo de pecado» (elegxei  ton kosmon peri  amarritas,  gr.), «de justicia» (kai pero dikaiosunës, gr.),  y «de juicio» (kai  peri kriseös,  gr.). «Redargüirá», futuro en voz activa, «elegchö». Esta  vieja palabra  griega denota «confutar», «convencer mediante prueba». Gracias a Dios por su espíritu que nos «alumbra el entendimiento por medio de su Palabra» (Ef. 1:17-18).

Únicamente los hijos de Dios son «guiados por el espíritu santo», sencillamente porque «mora en ellos»  (Ro. 8:9,14). El propósito de Dios a través de su santo espíritu es el de «convencer al mundo de pecado», el de consecuencia extrema, tal como es el «no creer en Cristo como el Hijo de Dios que salva» (Jn. 3:36; Ro. 10:9). Es el de «convencer al mundo  para que  no se pierda, mas tenga vida eterna en Cristo» (Jn. 3:16).   

El espíritu santo «convence al mundo» en el sentido de que el «Justo», Cristo, «ha muerto y resucitado para derrocar en definitiva a la inconmovible muerte, fracturando en su resurrección el terrible e inevitable aguijón que utilizaba en contra de la humanidad» (hablo prolépticamente de un hecho cierto: véase 1 Co. cap. 15), «para destruir  por medio de la  muerte al que  tenía el  imperio de la muerte, al diablo» (He.2:14). El espíritu santo  «convence  al mundo de que Cristo ha partido al cielo y que regresará nuevamente en el futuro  en gloria y  en poder  para reinar el  mundo en una teocracia de mil  años» (Hech. 1:10-11; Ap. 24:30; Ap. cap. 20).  El espíritu santo «convence al mundo del juicio venidero», con  respecto al  «príncipe de este mundo», «el dios de este siglo», «el diablo», «Satanás», «la serpie antigua», y que ha sido ya  «juzgado en  la  hosca cruz  y en  la resurrección de Cristo de entre los muertos» (Jn. 12:31; 14:30; Col. 2:14).  Así, que, el espíritu santo de Dios «convence» de «pecado cometido», de  «justicia no cumplida», o sea, de  «incredulidad»,  y de «juicio venidero».

Sin la unción de  espíritu santo,  el hombre es uno «natural», uno falto de comprensión espiritual, porque  «no percibe las cosas del  espíritu», por  carecerlo. Para él son «locura» debido a que  «no  las puede discernir espiritualmente». No las puede analizar con “buen seso y juicio espiritual” (1 Co. 1:14). Aquí están los  inconversos declarados como son los que concilian extrañas filosofías del mundo, los humanistas, los evolucionistas,  los ateos, los agnósticos; y por otro lado se encuentran los  inconversos religiosos y fanáticos  como fueron en el pasado los  fariseos, y  como son ahora los Testigos de Jehová, los  neo-pentecostalistas carismáticos, los católicos  romanistas, entre otros más. Pablo menciona que «hemos recibido el  espíritu  que procede de Dios, y no el del  mundo» (1 Co. 2:12), «por lo cual hablamos, no con  palabras enseñadas por sabiduría humana, sino con las que enseña el espíritu», claro está, el de Dios (1 Co. 2:13).  

Si los Testigos de Jehová solamente aceptan la “unción” para  unos “cuantos pocos nada más”, a los que ellos llaman los “verdaderos ungidos”,  ¿cómo es posible entonces, suponiendo en “aquéllos qué no la  tengan”, puedan visualizar correctamente los fundamentos y designios de Dios escritos en  la Biblia,  si hemos visto qué es  vitalmente necesaria  la unción  del espíritu santo para comprenderlos?  Sabemos bíblicamente que esto es imposible con otras alternativas u opciones diferentes. 

Pablo escribe que «donde está el espíritu del Señor, allí hay libertad», «cara descubierta», «transformación» (metamorfóo, gr.), y «gloria que va en aumento, por el espíritu santo de Dios» (2 Co. 2:17-18). No se puede concebir  tales cosas  sin el espíritu santo. Pablo escribe que «no hemos recibido el espíritu de esclavitud» (Ro. 8:15).  El espíritu santo, el que  «mora  en  nosotros los  creyentes»  (Ro. 8:11), da «testimonio en nuestros espíritus que somos hijos de Dios» (Ro.  8:16). Por el espíritu santo, «sabemos lo que Dios nos ha concedido» (1 Co. 2:12). Si el espíritu santo no radica en quien profesa ser un “buen cristiano”, es bien seguro que la vida de este ser humano está en las más profundas de las tinieblas. 

«Pero vosotros tenéis la unción del Santo, y conocéis todas las cosas» (1 Jn. 2:20). 

Aquí, «Unción» (chrisma, gr.), es una vieja palabra, de chriö, que significa «ungir», tal vez sugerida por la intromisión en la Iglesia de «anticristos» (antichristoi, gr.), como se ve en 1 Jn. 2:18. Sin duda, los cristianos son  «ungidos», «christoi», en este sentido. Esto puede compararse en Sal. 105:15  que dice: «No Toquéis, dijo, a mis ungidos» (me hapsësthe tön christön mou, gr.). De ese modo los creyentes somos «cristos». A diferencia de los «anticristos», como los que conforman las sectas, los genuinos creyentes tienen «el aceite de la unción» (to elaion tou chrismatos, gr. Véase Ex. 29:7), el espíritu santo. El espíritu santo nos capacita para llevarnos al «conocimiento de todas las cosas», las que están en la Palabra  de Dios. «Y sabéis todas las cosas» (kais oidate pantes, gr.). En 1 de Jn. 2:20, una de las tres veces que aparece la palabra «unción» en el Nuevo Testamento, se encuentra en este verso. No cabe duda que esta unción se refriere a la obra del espíritu santo: la de capacitación en el creyente para hacer la voluntad de Dios  (véase por favor Jn.14:17; 15:26; 16:13). 

La unción del espíritu santo esta abierta a todos los verdaderos creyente en Cristo, y no a “unos cuantos” que se dicen ser “súper ungidos y escogidos del Señor”. La arrogancia y la ceguera espiritual son capaces de cristalizar ideas tan descabelladas, tan ridículas y absurdas como esta (ojo neo-pentecostalistas  y watchtowerianos).  El paráclito que fue prometido por Cristo, el que «nos guía a toda verdad» (Jn. 14:26; 16:13), y que vino en el Día del Pentecostés (Hech. cap. 2), nos «enseña todas las cosas» para «no ser enseñados por otros», en el sentido de que «nadie persista en enseñarnos» (hina tis didaskëi humas, gr.), esto es, cuentos doctrinales y fábulas humanas que conducen a la perdición y que son procalamados con tanto  énfasis  por los falsos maestros y profetas religiosos (1 Jn. 2:27). La unción del espíritu santo contrarresta el engaño de estos falsos maestros. La unción del espíritu santo capacita, otra vez,  al creyente para distinguir entre la verdad escritural del engaño de la propaganda herética. 

«Y ahora, hijitos, permaneced en él, para que cuando se manifieste, tengamos confianza, para que en su venida no nos alejemos de él avergonzados» (1 Jn. 2.28).   

Un verso de esperanza para todo tiempo, no sólo para la época en que se escribió por inspiración divina, pero también de gran desilusión y de condena. Nos muestra que el regreso de Cristo desencadenará inexorablemente dos reacciones: Para el creyente, la «confianza en su venida» (véase por favor Tit. 2:13). En contraste con el gran terror que hará temblar a los incrédulos ante presencia de Cristo cuando regrese al mundo por segunda ocasión a separar el «trigo» de la «cizaña», las «cabras» de las «ovejas» (véase por favor Mt. cap. 25). 

Por medio de la unción espiritual, nos mantenemos firmes en esta «confianza», por el entendimiento de la voluntad de Dios revelada en la Biblia.  Así, cuando Cristo «juzgue los secretos de los hombres, no nos avergonzaremos delante de su santa presencia» (Mt. 10:33; Ro. 2:16; Jn. 2:28).    

«Porque para vosotros es la promesa, y para vuestros hijos, y para todos los que están lejos; para cuantos el Señor nuestro Dios llamare» (Hech. 2:39).  

La promesa del espíritu santo es un regalo, un don para todo creyente de cada generación. Para «todos los que están lejos», todos los extranjeros, los gentiles (véase por favor y compare en Is. 57:19; Ef. 2:13, 17). Las palabras del apóstol Pedro sin lugar a dudas se extienden a cada persona que ha depositado su fe en Cristo, sin tener en mente épocas ni lugares  determinados. 

¡Gracias Señor, por tu espíritu santo!   

Amén.                 

CRISTO Y GIOVANNI PAPINI

 

Giovanni Papini

En 1921, Papini, que hasta entonces se había mostrado agresivamente ateo, tras algunos años de hondas y profundas reflexiones religiosas y espirituales, sumido en una lectura devoradora de la Biblia, más concretamente del Nuevo Testamento, asombra al mundo con la publicación de un libro que marca su conversión al Cristianismo: “Historia de Cristo”.

Hasta aquellos años del siglo XIX la historia de Cristo había sido contada centenares de veces en todos los idiomas, por autores que pensaban diferentemente, pero la obra de Papini era y sigue siendo única. Nadie había escrito hasta entonces con tanta pasión, tanta profundidad dialéctica, tanta alegría testimonial.

Si el lector de este principio del siglo XXI desea desprenderse de los escombros que autores improvisados e interesados amontonan sobre Cristo, si quiere leer una biografía del crucificado auténtica, cercana, revolucionaria, no existe otra como la “Historia de Cristo” contada por Papini.

Este libro convirtió a Papini en un escritor de reputación mundial. Inmediatamente fue traducido a los principales idiomas.

De negación en negación Papini quiso llegar al ateísmo integral. Pero Cristo le esperaba, como a la samaritana junto al pozo de Jacob. Como Saulo, Papini vio la luz del cielo, de sus ojos cayeron escamas y recobró la vista. Esta “Historia de Cristo” es el fruto primerizo de la nueva etapa del autor.

En el último capítulo de la obra Papini eleva una oración a Cristo y escribe: “Tenemos necesidad de Ti, de Ti sólo y de nadie más. Solamente Tú, que nos amas, puedes sentir hacia todos nosotros, los que padecemos, la compasión que cada uno de nosotros siente de sí mismo. Tú solo puedes medir cuán grande, inconmensurablemente grande, es la necesidad que hay de Ti en este mundo, en esta hora del mundo….Todos tienen necesidad de Ti, incluso los que no lo saben; y los que no lo saben, harto más que aquellos que lo saben”.

Dos años después de la “Historia de Cristo”, en 1923, Papini escribe “Segundo Nacimiento”, libro poco conocido, que Aguilar incluye en el tomo V de las Obras. “Segundo Nacimiento” es el libro que explica la conversión: “De Dios no se puede huir –escribe Papini-. Si le afirmas, le amas; si quieres suprimirle, le reconoces. Se diga lo que se diga, no se hace sino hablar de Dios. ¿Y de qué otra cosa se podría hablar sino de Dios?”.

LA TEMÁTICA RELIGIOSA

Como narrador Papini está considerado gran maestro de la prosa italiana. La obra papiniana ha tenido divulgación y resonancia en el mundo entero. Ciento cincuenta traducciones en diversidad de lenguas, entre ellas el japonés, el chino, el árabe, el yiddisch y el maltés.

La temática religiosa está presente en casi todos sus escritos. Además de los dos libros mencionados cabe señalar “La escala de Jacob” (1932), “Los testigos de la pasión” (1937), “Cielo y tierra” (1943), “Cartas del papa Celestino VI a los hombres” (1946), “Santos y poetas” (1948) y “El diablo” (1953).

Su último libro fue “Juicio Universal”, una obra fuera de lo común. Mérito de esta obra, entre otros, es que Papini, privado de casi todos los sentidos a causa de una desastrosa enfermedad, fue dictando trabajosamente las palabras, una a una, a su nieta Anna Paszkowski.

Con una increíble tenacidad y resistencia al dolor, poco antes de morir el 8 de julio de 1956, escribió: “Yo muero un poco cada día, según el módulo homeopático, pero espero que Dios me concederá la gracia, a pesar de mis errores, de alcanzar la última jornada con el ánimo entero”.

Y así fue

Juan Antonio Monroy es escritor y conferenciante internacional.

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Isaac Newton: hombre de ciencia y teólogo

 


 

En él la profesión de la ciencia y la práctica de la fe armonizaban y se equilibraban perfectamente.

 

Ruy Carlos de Camargo Vieira (Adventista del Séptimo Día)

 

Contenido
Introducción
Newton, el creacionista
Newton, el adventista
Newton, el intérprete de las profecías
Conclusión
Notas y referencias

 

Introducción

 

Era una persona insólita: distraído y generoso, sensible a la crítica y modesto. Afrontó varias crisis psicológicas y tenía dificultad en mantener buenas relaciones sociales. Sin embargo, fue uno de los extraordinarios gigantes de la historia: un físico brillante, un astrónomo y matemático eminente, y un filósofo natural.

 

Cuando Isaac Newton, este genio y caballero inglés murió en 1727 a la edad de 85 años, dejó una marca indeleble en cada actividad en la que participó. Conocemos sus leyes del movimiento y la teoría de la gravitación universal. Y lo conocemos a él por su contribución a la comprensión del universo. Pero raramente oímos hablar acerca de sus contribuciones a la teología cristiana. Después de un estudio minucioso de sus escritos, he llegado a la conclusión de que Newton no sólo fue un gran hombre de ciencia, sino también un gran teólogo, un verdadero creacionista y adventista.1

 

Mi recorrido hacia la comprensión de Newton como teólogo comenzó hace unos 45 años cuando yo mismo llegué a ser adventista, después de asistir a una serie evangelizadora sobre las fascinantes profecías bíblicas de Daniel y el Apocalipsis. En ese entonces yo estudiaba la carrera de Ingeniería en la Escuela Politécnica de la Universidad de San Pablo, Brasil.

 

El ambiente universitario de ningún modo favorecía al desarrollo de mi fe. Me sentía bombardeado de todas direcciones. El materialismo, las preocupaciones humanistas y una concepción científica del mundo convergían para cuestionar mi fe recién descubierta. Yo necesitaba algo para defender lo que creía que era verdadero y quería que mi defensa fuera sólida y lógica.

 

En mi búsqueda de publicaciones apropiadas, encontré una versión portuguesa del libro Observations Upon the Prophecies of Daniel and the Apocalypse, no en la biblioteca de la Universidad ni en una librería, sino en una venta callejera de libros. Me llevé una agradable sorpresa al encontrar que el mismo Isaac Newton a quien, como estudiante de ingeniería había encontrado en los estudios sobre óptica, mecánica, cálculo diferencial e integral y gravedad, ¡había dedicado bastante tiempo y esfuerzo a la cronología bíblica y a la interpretación de las profecías! En realidad, la Enciclopedia Británica incluye su Enmienda de la cronología de los reyes antiguos y Observaciones sobre las profecías de Daniel y el Apocalipsis de S. Juan entre las cinco obras más importantes de Newton; las otras son Philosophia Naturalis Principia Matematica, Opticks, y Arithmetica Universalis.

 

Mi descubrimiento y estudio de un Newton erudito y cristiano me condujo a entenderlo como creacionista, adventista e intérprete de las profecías.

 

Newton, el creacionista

 

Robert Boyle, un pionero en los experimentos con gases y sólido promotor del cristianismo, que había abogado por el estudio científico de la naturaleza como un deber religioso, había muerto en 1691. Su testamento disponía que se realizara una serie anual de conferencias con la intención de defender el cristianismo contra la incredulidad. Richard Bentley, clérigo y distinguido erudito de los clásicos, pronunció la primera serie de conferencias en 1692.

En preparación para sus conferencias, Bentley pidió la ayuda de Newton, quien ya era famoso por sus Principia (1687). Bentley esperaba demostrar que, de acuerdo con las leyes físicas que gobiernan el mundo natural, debiera haber sido imposible que los cuerpos celestes aparecieran sin la intervención de un agente divino.

De allí en adelante, Bentley y Newton intercambiaron una correspondencia »casi teológica». En su primera carta a Bentley, Newton declaró: «Cuando escribí mi tratado sobre nuestro sistema, tuve mis ojos fijos en los principios que pudieron actuar considerando la creencia de la humanidad en una divinidad, y nada me resulta más gratificador que ver que resultó ser útil para este objetivo».2

 

Más tarde Newton escribió: «Los momentos que los planetas tienen hoy no pudieron originarse de causas naturales aisladas, sino que les fueron impuestos por un agente inteligente».3

 

Otros escritos afirman la firme creencia de Newton en un Creador, a quien él se refiere a menudo como el «Pantokrator», el Todopoderoso «que tiene autoridad sobre todas las cosas existentes, sobre la forma del mundo natural y el curso de la historia humana

 

Newton fue muy claro en afirmar sus convicciones: «Debemos creer que hay sólo un Dios o monarca supremo a quien debemos temer, guardar sus leyes y darle honor y gloria. Debemos creer que él es el padre de quien provienen todas las cosas, y que ama a su pueblo como su padre. Debemos creer que él es el ‘Pantokrator’, Señor de todo, con poder y dominio irresistibles e ilimitados, del cual no tenemos esperanza de escapar si nos rebelamos y seguimos a otros dioses, o si transgredimos las leyes de su soberanía, y de quien podemos esperar grandes recompensas si hacemos su voluntad. Debemos creer que él es el Dios de los judíos, quien creó los cielos y la tierra y todo lo que en ellos existe, como lo expresan los Diez Mandamientos, de modo que podamos agradecerle por nuestra existencia y por todas las bendiciones de esta vida, y evitar el uso de su nombre en vano o adorar imágenes u otros dioses

 

Newton, el adventista

 

A Newton también le preocupaba la restauración de la Iglesia Cristiana a su pureza apostólica. Su estudio de las profecías lo llevó a concluir que, en última instancia, la iglesia triunfará a pesar de sus fallas actuales. William Whiston, quien sucedió a Newton como profesor de Matemáticas en Cambridge y escribió The Accomplishment of Scripture Prophecies, declaró después de la muerte de Newton que «él y Samuel Clarke habían dejado de luchar por la restauración de la iglesia hacia las normas de los tiempos apostólicos primitivos porque la interpretación de Newton de las profecías los había llevado a esperar una larga era de corrupción antes de que pudiera ser efectiva».5

 

Newton creía en un remanente fiel que sería testigo del fin de los tiempos. Uno de sus biógrafos escribió: «En la iglesia verdadera, a la cual señalan las profecías, Newton no quería incluir a todos los que se llaman cristianos, sino a un remanente, unas pocas personas dispersas, elegidas por Dios, personas que no son movidas por ningún interés, instrucción o poder de autoridades humanas, que son capaces de dedicarse sincera y diligentemente a la búsqueda de la verdad». «Newton estaba lejos de identificar lo que lo rodeaba como el cristianismo apostólico verdadero. Su cronología interna había puesto el día de la trompeta final dos siglos más adelante».6

 

En Daniel 2 Newton veía el desarrollo de la historia de la humanidad hasta el fin del tiempo, cuando Cristo establecería su reino. Escribió: «Y una piedra cortada no con mano, que cayó sobre los pies de la imagen, y rompió los cuatro metales en pedazos, y llegó a ser un gran monte, y llenó toda la tierra; representa que se levantará un nuevo reino, después de los cuatro, y conquistará a todas aquellas naciones, y crecerá hasta ser muy grande, y durará hasta el fin de todos los tiempos».7

 

Al considerar las demás visiones de Daniel, Newton aclara que después del cuarto reino sobre la tierra vendría la segunda venida de Cristo y el establecimiento de su reino eterno: «La profecía del Hijo del hombre que viene en las nubes de los cielos se relaciona con la segunda venida de Cristo».8

 

Newton, el intérprete de las profecías

 

Newton no estaba satisfecho con la interpretación de las profecías de su época. Sostenía que los intérpretes no «tenían métodos previos… Distorsionaban parte de las profecías, sacándolas de su orden natural según sus propias conveniencias

En armonía con su enfoque de los problemas científicos, Newton estableció normas para la interpretación profética, con una codificación del lenguaje profético que tenía como intención eliminar la posibilidad de distorsiones «a la conveniencia de uno», y adoptó el criterio de permitir que la Escritura revele y explique la Escritura.

De este modo, la interpretación de Newton difería de la interpretación de la mayoría de sus contemporáneos. El no estaba interesado en el uso de la profecía para explicar la historia política de Inglaterra, como lo hacían otros, sino más bien se centraba en el estudio del comienzo de la gran apostasía que ocurrió en la iglesia y en la restauración final de la iglesia a su pureza original.

 

Este interés en la restauración de la iglesia a su pureza apostólica llevó a Newton a estudiar la segunda venida de Cristo. Su preocupación por el futuro lo condujo a las 70 semanas de Daniel 9. Él, como muchos dispensacionalistas de hoy, asignaba la última semana a un futuro indeterminado cuándo comenzaría el regreso de los judíos y la reconstrucción de Jerusalén, y que culminaría con la gloriosa segunda venida de Cristo.

 

Esta interpretación, por supuesto, es contraria a las creencias de los adventistas. Sin embargo, algunos de los principios de interpretación de Newton están en armonía con los nuestros. Por ejemplo, considera la interpretación que daba Newton a los símbolos:

 

«Los vientos tempestuosos, o el movimiento de las nubes [representa] guerras;… La lluvia, si no es inmoderada, y el rocío, y el agua corriente [representan] las gracias y las doctrinas del Espíritu; y la falta de lluvia, la esterilidad espiritual. En la tierra, la tierra seca y las aguas congregadas, como un mar, un río, una inundación, están en lugar de la gente de diversas regiones, naciones, y dominios… Y varios animales como un león, un oso, un leopardo, y un macho cabrío, de acuerdo con sus características, están en lugar de varios reinos y cuerpos políticos… Un gobernante está representado por alguien que cabalga en una bestia; un guerrero o un conquistador, por una espada y un arco; un hombre poderoso, por su estatura gigantesca; un juez, por una balanza y pesas;… honor y gloria, por una vestimenta espléndida; dignidad real, por ropaje de púrpura o escarlata, o por una corona; la justicia, por vestimentas blancas y limpias; la maldad, por ropa lo manchada y sucia

 

En la interpretación de las profecías relacionadas con el tiempo, Newton sostenía que «los días de Daniel son anos».» El aplicó este principio a las 70 semanas12 y a los «tres tiempos y medio» de apostasía. Newton aclara que el «día profético» es «un año solar», y que un «tiempo» en la profecía también es equivalente a un año solar. «Y los tiempos y las leyes fueron desde entonces dados en su mano por un tiempo, tiempos y el medio de un tiempo, o tres tiempos y medio; es decir, por 1260 años solares, considerando un tiempo como un ano calendario de 360 días, y un día por un año solar». 13

 

Conclusión

 

Newton fue extremadamente cauto en sus creencias religiosas. Esto puede explicar, en parte, por qué no publicó sus obras teológicas durante su vida. Tal vez, consciente del ambiente religioso inglés, no quería ser acusado de herejía, sino que buscó con afán la verdad como la encontraba en la Biblia. Afortunadamente, sus obras teológicas fueron publicadas después de su muerte.

Como adventistas, podremos no estar de acuerdo con Newton en todas sus interpretaciones de la profecía bíblica, pero podemos beneficiamos con sus obras teológicas y su metodología cuidadosa a fin de mantenernos firmes en la fe, aun cuando sigamos estudios científicos. El fue un verdadero gigante de la ciencia que no se avergonzaba de su fe, sino que, por el contrario, dedicó tiempo para entender la Palabra de Dios, tanto cuando predice los movimientos de la historia, como cuando proporciona orientación para ordenar la vida personal de cada uno.


 

Ruy Carlos de Camargo Vieira (Ph.D., Universidad de Sao Paulo) es ingeniero mecánico y eléctrico; actualmente es miembro del Consejo Superior de la Agencia Espacial Brasileña. En 1971, el Dr. Vieira fundó la Sociedad Creacionista Brasileña, y comenzó la publicación de Folha Creacionista, una revista bianual en portugués. Su dirección es: Caixa Postal 08743; 70312-970, Brasilia, D.F.; Brasil. Fax: 55-61-577-3892.

 

Notas y referencias

  1. Ver mi Sir Isaac Newton: Adventista?, un librito publicado por la Sociedade Criacionista Brasileira.
  2. Richard S. Westfall, The Life of Isaac Newton (Cambridge: University Preso. 1993), p. 204.
  3. Bernard Cohen, Isaac Newton: Papers & Letters on Natural Philosophy (Cambridge: Harvard University Preso, 1958), p. 284.
  4. Westfall, p. 301.
  5. Id., p. 300.
  6. Id.,p. 128.
  7. Isaac Newton, Observations Upon the Prophecies of Daniel and the Apocalypse of St. John, PP. 25,26.
  8. Id., p, 128.
  9. Westfall. pp. 128, 129.
  10. Newton, Observations, p. 18-22.
  11. Id., p. 122.
  12. Id., p. 130.
  13. Id., pp. 113,114

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¿ERA EINSTEIN UN CREYENTE EN DIOS?

ver leyenda

Albert Einstein afirmó: “Dios no juega a los dados”. Pero ¿en qué Dios creía? Guillermo Boido, físico e investigador en Historia de la Ciencia de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA, aclara las creencias religiosas del genio de origen judío.

– ¿Rechazó ÉL alguna vez la existencia de Dios?

Luego de un período juvenil de escepticismo religioso, Einstein expresó una profunda religiosidad que lo acompañaría durante el resto de su vida. Utilizo este término y no el de religión porque no creía en algún dios personal que se ocupe del destino de sus criaturas, como sucede en el judaísmo o el catolicismo. Su religiosidad derivaba de su creencia en un Dios muy particular, que se expresa en la armonía, la legalidad y la racionalidad del universo. Así puede ser entendida su afirmación de que era “un no creyente profundamente religioso””. Y por ello siempre negó que fuese ateo.

– ¿A qué cosmovisión religiosa adhería?

La de Baruj Spinoza, el gran filósofo del siglo XVII. Afirmó muchas veces su creencia en el Dios de Spinoza, el cual “se revela en la ordenada armonía de lo que existe”, y no en un Dios que se interese por el destino y por los actos de los seres humanos. Aquí Dios y la naturaleza se identifican, y este sesgo panteísta es común a Spinoza y a Einstein. De hecho, Einstein habló de una forma suprema de religiosidad, a la que llamaba “religión cósmica”. No se trataba, desde luego, de una religión institucionalizada.

 

– Sus ideas sobre Dios, ¿eran importantes en sus concepciones científicas?

Sí. Sus concepciones acerca de la física se fundaban en su creencia de que las especulaciones científicas provienen de un profundo sentimiento religio­so; sin él, no serían posibles la ciencia y el arte. Por otra parte, como Spinoza, afirmaba que todos los acontecimientos de la naturaleza acontecen de acuerdo con leyes inmutables y deterministas, lo cual le impidió aceptar la llamada “interpretación ortodoxa de la mecánica cuántica”, según la cual el carácter de las leyes físicas, en el dominio de la microfísica, es esencialmente probabilístico, no determinista. 

 

 

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¿CUÁL ES SENSATO, SER ATEO O SER CREYENTE?

 

 

Por Ing° Mario A Olcese (Apologista)

 

Porque si después no hay nada, evidentemente nunca lo sabré, cuando me hunda en la nada eterna; pero si hay algo, si hay Alguien, tendré que dar cuenta de mi actitud de rechazo”.
Blaise Pascal (1623-1662)

 

Es harto sabido por todos que para los científicos ateos la creencia en un Dios Creador que es Espíritu puro y Todopoderoso es meramente una idea de hombres medievales supersticiosos que están influenciados por sus llamadas Escrituras Sagradas o revelaciones divinas. Para los ateos Dios es simplemente un “recurso” de los religiosos para explicar lo que no pueden demostrar científicamente en el laboratorio.

 

Como cristianos somos desafiados todos los días por aquellos partidarios de la teoría de la evolución para hacernos desistir de nuestra fe en un Creador y diseñador inteligente que se presenta como Dios. Estos apologistas darwinianos sostienen ridículas teorías como que el hombre evolucionó de los monos hace algunos millones de años atrás, como si alguien pudiera haber vivido tanto tiempo como para poder haber sido testigo presencial de ese proceso. Así es de fácil es cómo los hombres de ciencia intentan «matar a Dios». Pero como ha dicho el escritor R. Froissard, «el cadáver de Dios todavía se mueve».

 

La oposición que manifiestan los científicos resulta imposible porque Dios se encuentra fuera de la influencia de la ciencia. Hace mucho tiempo que los filósofos expusieron que era absurdo probar tanto la existencia como la inexistencia de Dios. El fin de lo que conocemos como la ciencia consiste en descubrir las leyes que gobiernan los fenómenos conocidos: las leyes de la astronomía, de la física, de la química y de muchas otras disciplinas exactas. Pero la pregunta sigue siendo la misma: ¿quién ha determinado dichas leyes tan precisas? Estas manifiestan un orden existente y que no es posible explicar como mera casualidad. Se sabe que el desorden puede generarse como consecuencia del quebranto del orden, pero la ciencia ha demostrado que esto no puede suceder a la inversa.

 

El argumento corriente de muchos ateos y agnósticos es que un Dios perfecto no puede crear nada imperfecto, y lo que vemos en nuestro mundo es un caos total, y una humanidad al borde de su extinción total. Y es claro que es imposible encontrar siquiera un solo hombre que sea perfecto e inmaculado en todos sus caminos, reflejando el carácter de Su supuesto Creador. Así, con este simple razonamiento, los ateos afirman que Dios no puede existir porque un Dios perfecto no puede crear una humanidad imperfecta.

 

Es verdad que el planeta planeta tierra está lejos de ser un paraíso o un lugar de felicidad y de justicia ideales. Dios no puede ser el Creador de este desbarajuste, se afirma. Sin embargo, la Biblia cuenta que Dios no creó al hombre imperfecto, sino todo lo contrario, perfecto y bueno en gran manera. Lo que sucede es que ser un hombre perfecto no es igual a ser un hombre robotizado, incapaz de salirse de ciertos patrones preestablecidos. Un robot está programado para hacer ciertas cosas predeterminadas, y no tiene una voluntad propia como para cumplir o no cumplir las funciones para las cuales fue creado. Dios no se propuso crear hombres robots, sino criaturas pensantes y razonables a su servicio. Dios quiere criaturas que le amen de todo corazón, y para eso ellas deben tener juicio y voluntad propios para escoger entre el bien y el mal. Dice así la Biblia: Y a este pueblo dirás: Así ha dicho Jehová: He aquí pongo delante de vosotros camino de vida y camino de muerte” (Jer. 21:8). Por lo visto Adán y Eva eligieron mal y terminaron muriendo. ¡Pero Dios tenía en mente rescatar al hombre de su condición caída desde ese mismo instante a través de la inmolación de Su Hijo Unigénito! (Apo. 13:8).

 

¿Por qué tanto Rechazo a Dios?

 

Aunque parezca simplista la respuesta, la razón parece ser el pecado, y el deseo de eludir un futuro castigo eterno a manos de un Dios personal debido a hechos cometidos que son claramente inmorales y condenables a la vista del Todopoderoso. Y es que muchos tienen una conciencia y una “ley natural” que los acusa cuando hacen cosas impropias (Rom 2:14-16). Los ateos no pueden escapar fácilmente a este complejo de culpa, salvo que sean sicópatas. ¿Y qué mejor forma de aliviar sus conciencias que negando al juez que los juzgará? En Salmos 14:1-4 leemos: Dice el necio en su corazón: No hay Dios. Se han corrompido, hacen obras abominables; No hay quien haga el bien. Jehová miró desde los cielos sobre los hijos de los hombres, Para ver si había algún entendido, Que buscara a Dios. Todos se desviaron, a una se han corrompido; No hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno. ¿No tienen discernimiento todos los que hacen iniquidad”. Creo que estas palabras del salmista son muy elocuentes, ya que relacionan el ateísmo con las obras abominables, con la corrupción, y con la falta de discernimiento.

 

La necesidad de Dios en la sociedad

 

Si no hay Dios, entonces tampoco hay reglas divinas que cumplir, ni menos, premios o castigos por recibir en la “otra vida”. En este caso, es muy probable que tendremos en nuestro mundo más hombres sin reglas, sin moral, hombres que no verían como pecado el mentir, el robar, o el adulterar, por citar tres de los diez mandamientos. Ellos sencillamente verían estos hechos prohibidos como simples errores o debilidades humanas que no acarrean mayores repercusiones. Como resultado, muchos hombres podrían con más facilidad robarle a alguno algo, creyendo que si salen con la suya nadie los condenará. Pero si los hombres admitieran por un instante que Dios sí existe, entonces ellos tendrían que pensarlo dos veces antes de robarle a alguno algo, porque estarían conscientes de que aunque salieran airosos de su hurto, hay alguien más alto que ellos que lo ve todo y que ciertamente tomará medidas severas contra ellos en el día de las cuentas. Por eso Jesús nos advierte: “Porque nada hay encubierto, que no haya de descubrirse; ni oculto, que no haya de saberse” (Lucas 12:2). ¡Y esto sólo puede ser verdad si Dios existe!

 

También el aceptar la existencia de un Dios como el Supremo Juez y Justo Retribuyente tiene la ventaja de que nos hace tener más paciencia y resignación ante cualquier injusticia que se nos cometa. No viviremos con una imperiosa necesidad de venganza y de castigo, sino que pondremos toda nuestra confianza en el Creador para que Él, a su debido tiempo, haga brillar la luz de Su justicia. Por eso Pablo escribió: No os venguéis vosotros mismos, amados míos, sino dejad lugar a la ira de Dios; porque escrito está: Mía es la venganza, yo pagaré, dice el Señor” (Romanos 12:19). Sin duda la creencia en Dios apacigua al hombre y lo hace más manso y dócil, al disiparle cualquier odio o amargura que pudiera albergar en su corazón.

 

Dios es también nuestra esperanza de trascender esta vida temporal, pues Él es el que ha puesto el deseo de eternidad en el corazón de los hombres…” (Eclesiastés 3:11). Así que si todo hombre anhela la eterna juventud o la vida inmortal, sea creyente o ateo, es porque así lo quiso Dios. Pero el hombre que opta por negar a Dios pone en colisión su deseo natural por la eternidad y su obstinada negativa por un Dios que es justamente la fuente de dicha vida perdurable. Está pugna angustiante no existe en un creyente serio y seguro de Dios.

 

La creencia en el Dios de la Biblia disipa el temor natural del hombre por el futuro incierto, porque el creyente entiende para qué fue puesto en este mundo, y por qué existe toda esta crisis mundial. También comprende que no todo está perdido y que la humanidad tiene esperanza de sobrevivir al presente caos. El ateo simplemente no sabe, no entiende, y vive angustiado y desesperanzado. Cuando el hombre pierde la esperanza, pierde el deseo de vivir, y es por esto que los suicidios son cosa de todos los días, hombres que han perdido la fe y la esperanza en Dios, en sus semejantes y en ellos mismos. Esto fue exactamente lo que pasó con Judas. Una vez que dio la espalda al Señor, su destino fatal quedó sellado. Con razón el salmista David escribió: Jehová es mi pastor; nada me faltará. En lugares de delicados pastos me hará descansar; Junto a aguas de reposo me pastoreará. Confortará mi alma; Me guiará por sendas de justicia por amor de su nombre. Aunque ande en valle de sombra de muerte, No temeré mal alguno, porque tú estarás conmigo; Tu vara y tu cayado me infundirán aliento. Aderezas mesa delante de mí en presencia de mis angustiadores; Unges mi cabeza con aceite; mi copa está rebosando. Ciertamente el bien y la misericordia me seguirán todos los días de mi vida, Y en la casa de Jehová moraré por largos días” (Salmos 23). Esta confianza de David difícilmente lo podrá tener el hombre que anda de espaldas a Dios. Pero como bien lo dice David, el creyente en Dios, el que confía en su Hacedor, no temerá por nada, sino que vivirá confiado y seguro a pesar de las vicisitudes de la vida.

 

Nosotros, los creyentes, podemos afirmar que Dios sí existe, y que Cristo fue la expresión Suprema del Dios eterno, que se dio a conocer al mundo a través de Su Hijo Unigénito. Jesucristo dijo: “El que me ha visto a mí ha visto al Padre” (Jn 14:3), y también dijo que sus palabras no eran suyas sino de Su Padre, quien le decía qué hablar. Gracias a Jesús, millones de hombres pudieron y pueden vivir una vida de éxito y de victoria. Por sus preceptos divinos se pudieron construir sociedades más justas y humanitarias. En cambio, en los países en dónde se dio la espalda a Dios, se estancaron económicamente y sus ciudadanos vivieron (…y aún viven) en pobreza, esclavitud, y marginación. ¿Se ha puesto usted a reflexionar por un instante qué hubiera ocurrido si Cristo no hubiera predicado su sermón del Monte? Este glorioso sermón encierra el todo de las relaciones interpersonales ideales.

 

Si por ventura nos hemos equivocado porque creímos en un Ser Supremo que llamamos Dios, sólo nos restaría decir, como lo dijo Blas Pascal: Porque si después no hay nada, evidentemente nunca lo sabré, cuando me hunda en la nada eterna… pero si hay algo, si hay Alguien, tendré que dar cuenta de mi actitud de rechazo”.  Así que prefiero ser creyente que ateo, pues si creí en lo que no existe, al morir nunca lo sabré; pero si lo que rechacé realmente existe, lo sabré con certeza cuando tenga que enfrentarme a mi juicio divino por mi necedad y falta de juicio.

 

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