LO QUE LA BIBLIA NOS DICE ACERCA DEL SUFRIMIENTO HUMANO Y DE SU ÚNICA SOLUCIÓN POSIBLE

 

 

 Por el Dr. Javier Rivas Martínez (Embajador Plenipotenciario del Reino de Dios)

 

Todas las interrogantes del sufrimiento humano pueden contestarse a partir de la desobediencia del hombre delante de Dios que ocurrió en el  paraíso edénico. El hombre fue predestinado para no morir nunca, para gozar de todas las bendiciones terrenales que Dios le ofreció en un principio de su creación (Ge.1:26, 28-31; 2:8-9). Dios advirtió a Adán de no comer del árbol de  la ciencia del bien y del mal, porque el día que lo hiciera moriría  con seguridad (Ge.2:17). Pero el hombre (término universal) no obedeció, y bajo el influjo de la Serpiente antigua, que es el diablo y Satanás (Ap.20:1-2), cayó en el letal engaño (Ge.3:4) y la maldición del pecado  vino a repercutir con todo su peso, no solo en la humanidad, sino además en el universo tridimensional creado por Dios (Ge.3:14, 16-20). De esa manera, el hombre empezó envejecer, a encorvarse, a mirar menos, a usar gafas y bastón,  a tener achaques y enfermedades inclementes, y muchas de ellas, desesperantes e incurables. Observamos que los primeros hombres mencionados en el libro del Génesis tuvieron vidas extremadamente longevas, pero al fin, limitadas por la muerte, por causa del pecado (Ge. caps.4 y 5).

 

Hoy mismo, las vidas humanas se siguen acortando por un mundo moderno que ofrece sustancias adictivas sintéticas y mortales, alimentos procesados y venenos enlatados que propician enfermedades temibles y graves que repercuten sombríamente en los individuos que componen la humanidad caída por el pecado. La advertencia fue clara, pero el hombre desobedeció. Las guerras, el hambre, el robo, los asesinatos, los pleitos, la homosexualidad, la mentira, el orgullo, la soberbia, etc., son el resultado de la falta edénica. El hombre sabía que algo terrible habría de ocurrir a causa de su rebeldía, y lo podemos ver en el manto lóbrego de maldad que cubre  la inmunda tierra de los hombres enfermos espiritualmente. La expiación en la cruz del Calvario se hizo  por el pecado de condenación que destituía al hombre de la gloria de Dios (Ro.3:23), no incluye la de la carne. «Por su llaga fuimos nosotros curados» (Is.53:5), es decir, aliviados espiritualmente, cuando el sacrificio de Cristo satisfizo las demandas justas de un Dios santo. Así, el hombre de ser esclavo del pecado, pasa a ser un agente espiritual libre y puro (Col.1:3, 14), justo delante de Dios (Ro.3:26). Esto asegura que el día de la resurrección, como creyente en Cristo (Jn.3:16; 3:36, 5:29a), pueda ser   glorificado (Ro.8:17) y su salvación  consumada (1 P.1:5).

 

La Palabra de Dios no promete a ningún creyente que durante esta vida, antes de la venida de Cristo, pueda enfermarse ni menos morir por una causa u otra. Las consecuencias del pecado en el cuerpo físico, aún como hijos de Dios, no dejarán de presentarse jamás. David escribió en uno de sus salmos  que en pecado había sido concebido y en maldad  formado (Sal.51:5). A pesar de ser un hombre conforme el corazón de Dios, dijo a su hijo sucesor al trono que moriría (1 R.2:1-2). Siendo un hombre santo, no dejó de tener un cuerpo débil y mortal por causa del pecado que inició justamente en el  Edén paradisíaco hace miles de años. Cristo dijo enfáticamente que el creyente en él pasaría por aflicción (Jn.16:33).  La aflicción puede traducirse como sufrimiento físico, emocional, que causa tristeza o angustia moral. También es preocuparse, inquietarse por algo, o tener pesadumbre moral. ¿Quién no pasa por estas cosas frecuentemente? De muy mala forma se proclama en las Iglesias que profesan un cristianismo dúctil que los cristianos no deberán afligirse nunca ni tampoco estar tristes, es más, ni enfermarse. Que siempre deberán declarar sanidad para sus cuerpos y también  «victoria» sobre toda presión emotiva o corporal (el concepto de «victoria» de ellos es tan terrible como la cicuta que mató a Sócrates). El término aflicción, en el real sentido de su contenido, contradice el significado de  «victoria» de ellos. La victoria en Jesucristo, es aquella que poseemos por ser salvos al  haber  creído por fe en el Hijo de Dios y que nos hace idóneos para el Reino milenario  venidero. Seguiremos sufriendo porque estamos en un mundo de pecado y que su influencia  estará  constantemente sobre nosotros hasta el día de la regeneración, aunque seamos personas salvas (Mt.19:28). Quienes proclaman en las congregaciones una vida fatua e insufrible, están engañando al pueblo de Dios  para que lleve una estilo de vida muy parecida o igual a la de las personas inconversas y mundanas. La teología de la prosperidad se está encargando astutamente de que sea así. 

 

Como cristianos, a causa del pecado, sufriremos tribulaciones, angustias, persecuciones, desnudez, hambres, peligros, y muerte (Ro.8:35), pero la victoria la tenemos asegurada si somos fieles a aquel que nos amó primero (1 Jn.4:19). Sufrir la sana doctrina (2 Tim.4:3) es pasar por arduas pruebas de fuego que nos ayudan a mejor muestro carácter personal que es conforme a Cristo (1 P.1:6-9). Pero muchos no quieren pagar el precio y se establecen con toda prioridad e interés en los asuntos materiales que en gran parte son hedónicos (una  inversión, como lo hemos mencionado en otra parte,  de Mt.6:33). Debemos tener constantemente en mente que somos peregrinos en este mundo temporal por efecto del pecado y que un día dejará de ser (1 P.1:17; Mt.24:35). Es absurdo dar preferencia a las cuestiones materiales  ya que para el hijo de Dios son absolutamente intrascendentes:

 

«. . . no mirando nosotros las cosas que se ven, sino las que no se ven; pues las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eterna» (2 Co.4:18).

 

Un día, la naturaleza será liberada de sus pesares por causa del pecado y trasformada para alcanzar la gloriosa libertad de los hijos de Dios (Ro.8:21). Nuestros cuerpos mortales se investirán de inmortalidad en el  día de la resurrección (1 Ts.4:16; 1 Co.15:42-43; 51-56) y todo vendrá a ser diferente. Cielos nuevos y tierra nueva presenciaremos y gozaremos eternamente (Is.66:22; Ap.21:1), si nos mantenemos reacios como cristianos fieles  delante de cualquier adversidad que pueda hacernos perder nuestra  cordura espiritual y santidad, teniéndose en cuenta hasta la prueba de la muerte:

 

«Sé fiel hasta la muerte, y yo te daré la corona de vida» (Ap.2:10).

 

Llegará el momento que el pecado dejará  de ser, y sus efectos deletéreos que provocaron angustia, muerte, dolor y tristeza en el mundo, también serán  consumidos con él:

«Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, no dolor, porque las primeras cosas pasaron» (Ap.21:4).

Hermanos: Permanezcan  fieles a Dios hasta el fin,  y no se dejen engañar por aquellos fatuos e ignorantes que les prometen que el cristianismo es como dormir siempre y plácidamente en un lecho de claveles y geranios. Una vida de santidad, guardarse del mundo y soportar  las aflicciones que además  da, es un precio que deberá pagarse si se quiere reinar con el Hijo de Dios en la tierra (Ap.20:4). 

 

Dios les bendiga a ustedes y sus familias.

 

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